23 septiembre 2023

Cuando bajábamos de aquellas nubes tristes de abril, encontrábamos aquel barrio desierto, polvoriento inalterable de sueños y esperanzas. Solo esquinas con hombres tristes, apoyados, buscando receptores de conversaciones monótonas; siempre lo mismo: el futbol, la lotería, la cacería, las historias de un pasado reciente del que había que hablar en baja voz.

Así era mi barrio, antes pueblo, todavía ciudad, cuando no nos encontrábamos o no nos dejaban estar y hacíamos amigos a la luz de cualquier luna llena, viajando entre cigarros de la risa, buscando todo ese futuro que nos habían quitado, robado mucho antes de nacer. Buscábamos, si, recorríamos de puerta en puerta los sueños más telúricos donde la música de Deep Purple nos hacía gritar, saltar en un gesto de descarga ante tanto cura sotánico, tanto policía, tanta oscuridad de un sistema asesino.

Nos decían quienes nos querían que guardáramos silencio, que no alteráramos todo aquel silencio establecido, toda aquella oscuridad maldita que nos impedía crecer, ser mujeres y hombres solidarios, hermanados con tantas personitas que luchaban por un mundo mejor. Miles de fueguitos, de almas, millones de seres que salían a la calle arriesgando sus vidas para pedir libertad, pan, trabajo y justicia social.

Ahora con la perspectiva de los años me encuentro con un barrio, pueblo, ciudad abandonado, censurado, sin identidad, sin memoria. Los que antes reprimían ahora son constructores, dueños de inmobiliarias. Ya no son de las brigadas del amanecer, ni desaparecen o fusilan. Ahora hipotecan de por vida,destrozan espacios naturales, recalifican suelos colectivos y los privatizan, los llenan de chalecitos adosados y campos de golf «por el bien de la comunidad».

Cuantos recuerdos se me vienen a la mente de este pueblito de Gran Canaria donde nací, que me ha visto crecer. Cuantas injusticias cometidas por los poderosos para beneficio propio. Tantos estropicios, pelotazos urbanísticos y trapicheos no han podido enturbiar el brillo de las estrellas de estas noches invernales de un final de enero.

La esperanza me mantiene, nos mantiene fieles al claro de la luna, a la lluvia inesperada que vendrá para purificar, limpiar tanta injusticia, tanto miedo de siglos. De cuando en este valle repleto de palmeras vivía un pueblo digno, bereber y cultivador de esperanzas. Un pueblo luego esclavizado, exterminado por la mano agresora, invasora, que lo convirtió en una sombra de lo que un día fue.

Nos ha quedado la imagen todavía grabada en el viento de aquella tarde lluviosa, perdida en el tiempo, de nubes negras, tenebrosas cuando Adeum descendió con los ojos rojos desde las cuevas de aquella montaña sagrada, para decir a los suyos que todo estaba perdido, pero que el cielo un día caería hecho pedazos sobre los invasores.

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