8 junio 2023

Agaete en los caminos sinuosos del olvido

Cuando
el obispo Pildain estaba sentado solemne en la silla de madera de tea en la plaza
de San Pedro, las fieles se le acercaron en fila de una, las dos mujeres enlutadas
de la “Vecindad de Enfrente”, casi en un susurro, le pidieron que velara por
los que estaban siendo detenidos y asesinados por los falangistas.

El
prelado les dijo que ya no podía hacer nada por los desaparecidos secuestrados
por las “Brigadas del amanecer” dos semanas antes, la madrugada del 4 al 5 de
abril de 1937, que encomendaba sus almas a la “santísima misericordia de
nuestro señor Jesucristo”, que se fueran tranquilas y en paz y que rezaran varios
Rosarios a la Virgen del Pino.

Valle de Agaete (Vencindad de Enfrente en 1936) lugar de los crímenes fascistas

La
mujer más joven se le quedó mirando fijamente a los ojos, inmóvil, como
paralizada unos segundos que parecieron millones de años, sabía que la llegada
de monseñor en el taxi amarillo para administrar el sacramento de la Confirmación
no era casualidad, que tenía que ver con los asesinatos franquistas, que el
religioso tenía constancia de que sacaron a la fuerza de sus casas aquella
medianoche en el municipio norteño a casi una treintena de varones, algunos muy
jóvenes, casi niños, para llevarlos a la sede de Falange de la Villa de Agaete
donde fueron torturados salvajemente, para luego exponerlos con sus cuerpos
ensangrentados en la plaza del pueblo, donde continuaron los apaleamientos y suplicios
bestiales durante varias horas.

De
allí fueron conducidos al centro de detención y tortura de la calle Luis Antúnez,
junto a la playa de las Alcaravaneras, en Las Palmas de Gran Canaria, donde
permanecieron un día y medio entre golpes, patadas y culatazos, para la noche
del 6 de abril llevarlos en un camión a la Sima de Jinámar, donde fueron arrojados
al abismo volcánico de más de 90 metros y cubiertos con escombros y cal viva.

Centro de detención y tortura de la calle Luis Antúnez, ahora Colegio La Salle

De
todos estos atropellos tenía constancia el obispo, sabía a la perfección que el
comandante, Antonio García López, fue el promotor principal junto al empresario
tabaquero Eufemiano Fuentes, masacrando y desapareciendo a cientos de hombres sin
que las autoridades civiles y religiosas hicieran nada para evitarlo, mirando claramente
para otro lado ante los crímenes masivos cometidos por los fascistas.

-Señor
obispo hay una nueva lista negra con veinte más que van a llevarse esta noche
entre las que hay varias mujeres. –Dijo la joven con los ojos repletos de lágrimas-

El
religioso se quedó pálido, como reflexionando un buen rato en silencio, alzó su voz y pidió a uno de sus asistentes que llamaran al párroco del pueblo que vino
presuroso. El cura Manuel Alonso se arrodilló y el obispo se le acercó al oído.

-Ya
estuviste implicado en las muertes de esos pobres inocentes la semana pasada, ahora
preparan otra nueva masacre para esta noche con 20 nuevas personas que van
desaparecer y asesinar, eso no lo puede hacer un representante de la Iglesia
Católica. –Dijo Pildain enérgicamente con su pronunciado acento vasco-

El
sacerdote negó con la cabeza y monseñor le apretó el hombro en señal de
desaprobación, le exigió que hiciera venir al alcalde, Valentín Armas y al jefe
de Falange, Benjamín Armas, también se incorporaron los falangistas, Agustín Álamo
y Casto Rodríguez, con los que mantuvo una larga conversación dentro de la
ermita.

Esa
noche la Brigada del amanecer no intervino y la lista no se llevó a cabo posiblemente
gracias a la intervención del obispo.

El
triste paraje pasó a llamarse en pocos meses “El barrio de las viudas”, las
mujeres cargadas de hijos, algunas embarazadas, fueron abandonadas por el nuevo
régimen, no tenían derechos civiles, sin trabajo remunerado, tuvieron que sobrevivir
con la agricultura de subsistencia, con la leche y el queso de las cabras, sirviendo
por cuatro perras en las casas de los opresores, pidiendo limosna, trabajando en
condiciones durísimas en el Pinar de Tamadaba durante el frío invierno o el
abrasador verano.

Esa
herencia de horror y muerte ha quedado para siempre grabada a sangre y fuego en
la frágil piel de la memoria colectiva de todo un pueblo, algún atardecer
cuando se acercan las horas de la oscuridad una brisa fría como el hielo sube
desde el mar, parece que los hombres vuelven desde ese lugar desconocido y lúgubre,
los perros ladran y se escuchan pasos misteriosos en los caminos sinuosos del
olvido.



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Falangistas armados en el Parque de San Telmo, 1936, Las Palmas GC
 (Archivo municipal de Arucas)