25 septiembre 2023

Aquella rosa diseminada entre el fuego de agosto

Los perros ladraban desesperados en toda la
Montañeta de Tamaraceite, la “Brigada del Amanecer” se subdividió en varios
grupos, tenían las direcciones de cada persona que tenían que llevarse, se
escuchaba a los podencos, los ratoneros, otros perros mezclados, los que
presentían la maldad de aquel grupo de fascistas que llegaron al pueblo para
secuestrar, asesinar, desaparecer para siempre a quienes luchaban por la
libertad.

Iban casa por casa, barrían el humilde barrio, mientras
un grupo de criminales venían de la zona alta con varios detenidos, chicos muy
jóvenes con las manos atadas a la espalda, también una chica de apenas veinte
años, Natalia la maestra, hija de Juan Cabrera, militante de la CNT, cabizbajos,
algunos ya con signos de los golpes, las camisas manchadas de sangre, llenaban
los camiones en la Carretera General, justo enfrente de la Casa Consistorial
del antiguo Ayuntamiento, hasta hacía pocos días gobernado por el Frente
Popular, encabezado por el joven alcalde comunista, Juan Santana Vega, fusilado
el 29 de marzo del 37.

Cuando los subían al viejo fotingo les golpeaban con
las culatas de los máuser en la cabeza, también con las varas de acebuche en espalda
y pantorrillas, “El Verdugo de Tenoya”, conocido y brutal torturador, esperaba instrucciones
en un coche del terrateniente agrícola, Ezequiel Betancor, junto a otros falanges,
para ellos era una fiesta cada “noche de la sangre”, “El cojo Acosta”, famoso
pederasta, pidió que separaran a la muchacha.

-Déjala pa Eufemiano que le gustan con las tetas
grandes. –Dijo el jefe requeté entre risas mientras abría una botella de ron
aldeano-

La chiquilla venía en camisón de dormir, no le
dieron tiempo a vestirse, la sacaron de la cama, después de golpear y asesinar brutalmente
a su padre por evitar que se la llevaran, no podía taparse los pechos por tener
las manos atadas, andaba entre burlas al interior del Ayuntamiento, donde la
iban a retener hasta la llegada del conocido millonario tabaquero, asesino,
psicópata
 y violador de mujeres.

Allí la dejaron encerrada en un pequeño cuarto
oscuro. Acurrucada en una esquina se quedó sentada en el suelo, mientras
escuchaba como partían los camiones repletos de compañeros, sabía que los iban
a desaparecer en cualquier pozo, en la Sima de Jinámar o directamente en la
Marfea, tenía claro que no vería más a sus queridos amigos del pueblo, fieles
acompañantes de asambleas, reuniones sindicales, huelgas y bailes de taifas,
como ella casi niños, que iban a ser asesinados simplemente por pensar
diferente, por defender la legalidad constitucional, víctimas de un plan de
exterminio preparado meses antes del golpe, donde la oligarquía, los
falangistas, Acción Ciudadana, la Iglesia Católica y militares sediciosos,
elaborando una lista negra con más de 10.000 canarios, de los que serían
asesinados en pocos años más de 5.000.

Tamaraceite se quedó en silencio de repente, un
silencio sepulcral. Los vehículos se encaminaron hacia los caminos de tierra de
Arucas, Las Palmas y Telde, a un destino desconocido, no se escuchaba nada,
solo algún perro que aullaba en un presagio de muerte, olía a hojas secas de
platanera, al tabaco Virginio del Facio, a los licores que usaban para
templarse y matar sin remordimiento, también a sangre que corría calle abajo
desde la montaña troglodita, donde cada casa tenía una cueva indígena reutilizada,
ninguna persona se asomaba, en su interior familias enteras se abrazaban y
acariciaban a sus hijos con un miedo jamás conocido, un terror incrustado en el
noble corazón del fuego de agosto en San Lorenzo.

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Florentina Rodríguez enseña la foto de su abuela Ana Ricarda, desaparecida en 1936 en Córdoba, 
minutos antes de exponer su caso ante los representantes de la ONU. (Periodismo Humano)