También son nación y vuelan por los cielos, nadan por la inmensidad y el misterio de los mares de la Tierra, recorren sabanas y se pierden entre árboles gigantescos en la profundidad de las selvas tropicales, esperan su turno en la granja-fabrica para ser asesinados y sufren de la falta de espacio, de las 24 horas de luz para que pongan más huevos mientras son devoradas por sus congéneres en un canibalismo inducido por el maltrato y la masificación. Sobreviven en los circos encadenados, encerrados de por vida en jaulas minúsculas para que los crueles domadores usen el látigo y otros artilugios concebidos para el dolor y el sufrimiento en sus pieles sensibles, esperan humillados en los laboratorios de experimentación a que el sanguinario científico de turno se decida a usar sus electrodos o abrirlos en canal para pruebas ridículas que no conducen a casi nada.
La especie humana está cavando su propia tumba mientras genera tanta amargura y muerte entre nuestros hermanos de planeta. Los animales siguen sufriendo la mayor de sus desgracias, la de verse indefensos ante la locura de unos grandes simios codiciosos que caminan en dos patas, cuya voracidad no tiene límites y no parará hasta haber arrasado por esta nave cósmica que nos acoge en igualdad con todos los seres que la habitan.
Más historias
Lola García
Rosa
Por la memoria de los fusilados de San Lorenzo.