Los dos pasaron juntos gran parte de sus vidas, se amaron y trataron de combatir la desolación de un sistema diseñado para hundir a la clase trabajadora. Vivieron muchos años sin trabajo y fueron desahuciados de su casa por no poder afrontar la hipoteca que Salvatore De Salvo, agente de comercio de 64 años y en paro desde siete, contrató con la mayor de sus ilusiones. Luego ya todo fue naufragio, cartas amenazantes del banco, jueces, peticiones de ayuda en servicios sociales para poder comer, abogados y vampiros de las finanzas, que les arrastraron a un primer intento de suicidio fracasado, que generó que las autoridades les recluyeran en un asilo infernal de ancianos, donde vivían separados sin casi poder verse.
Pidieron ayuda a Silvio Berlusconi, al presidente de la región de Puglia, Nichi Vendola, al alcalde de Bari, Michele Emiliano, sin que ninguno contestara sus cartas desesperadas, obteniendo el silencio sepulcral de una administración pública que como en España es incapaz de tener un mínimo de caridad, de solidaridad con la gente más desfavorecida. Gobiernos en manos de bancos y mafias organizadas para enriquecerse a través de una clase política altamente corrupta, insensible al drama de la pobreza y la desesperación de la gente humilde.
“Ave Silvio, morituri te salutant”, escribieron en su última carta a “Il Cavalieri” más preocupado de sus concubinas y escándalos sexuales, que de resolver la triste situación de una pareja avocada al suicidio por la impotencia de verse sin nada, encerrados y separados por un estado criminal en manos del Fondo Monetario Internacional, del Banco Central Europeo, de todos esos seres sin escrúpulos con chaqueta y corbata, que conforman ese nuevo gobierno mundial sustentado en la codicia y el dinero.
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