9 diciembre 2023

Como si ya no quedaran cuerpos que abrazar

Al
subir la montaña de Osorio y descender sin rumbo, a toda velocidad,
comenzó a internarse en la selva de laurisilva, el agua caía de las
hojas profusamente, de repente la temperatura de más de 30º de
agosto se volvió al internarse en la profundidad en no más de 15º,
envolviendo a Luis Castro en un ambiente ancestral que olía a una
humedad desconocida, como si hubiera viajado a una antigüedad sin
tiempo, pisando un suelo blando repleto de hojas de laurel, castaños,
tiles, envuelto por la majestuosidad de los naranjeros salvajes, los
sanguínos, las tabaibas de monte, algunas adelfas, los paloblancos,
los viñatigos, los acebiños, los mocanes, los madroños canarios,
los brezos, los tejos, los follaos, los saúcos, los barbuzanos y las
fayas con los troncos impregnados de un musgo tan verde como los ojos
de su amor eterno, Soledad Andueza.

Allí
en la profundidad del bosque mágico no había miedo, era imposible
¿Allí no podrían entrar los diablos vestidos de azul? se
preguntaba el joven maestro de Moya, avanzaba y se escuchaba el
arrullo de las palomas turquesas, las crías de musaraña corriendo
detrás de sus madres sin espantarse de su presencia, quizá jamás
habían visto a un ser humano o desconocían la maldad de los seres de
dos patas, aquellos simios avanzados que solo usaron la selva Doramas
para su tala, su destrucción, desde los tiempos de la conquista
castellana y el genocidio indígena.

El
noble Luis avanzaba hacia el barranco de la Virgen sin saberlo en el
límite de Valsendero, ya no podía más, las alpargatas rotas, los
pies llenos de llagas de caminar durante cinco días sin parar, se
tumbó entre las flores y la hierba mojada, el perfume de las
amapolas silvestres, de las magarzas, las tímidas lavandas le
relajaron la mente y no tardó en dormirse profundamente acurrucado,
no hacía frío, más bien tiritaba el alma como si ya no quedaran
cuerpos que abrazar en el mundo.

Algo
turbó el sueño del muchacho, un cántico alegre, unas voces, casi
susurros y cuando abrió los ojos el cielo estaba casi negro, una
tonalidad rojiza que anunciaba el atardecer más allá de los páramos
perdidos de la selva, se incorporó y vio a dos mujeres que
recolectaban hierbas, una muy joven con el pelo negro azabache por la
cintura, otra muy vieja con un vestido rojo hasta las rodillas, ambas
lo miraron con una leve sonrisa, pero siguieron mirando el suelo,
buscando el primor de cada planta:

-Descansa
mi niñito chiquitito, aquí no tienes peligro, descansa, duérmete
bobito, duérmete, nosotras solo buscamos las hierbitas para sanar la
tristeza del alma, no temas, somos lo que ustedes llaman “brujas”,
pero no te haremos daño, déjate llevar por la brisa fresca, no
temas, duerme, descansa, afuera solo está la muerte, lo malo del
mundo, aquí estarás seguro, no pienses, deja de temblar, sueña con
caracolas marinas, con sirenitas, con espejos de colores- dijo la
mujer mayor con un lunar negro en la mejilla derecha.

Luis
pensaba que estaba en un sueño, pero el rocío en su rostro lo
despertó del letargo, detrás de las brujas iban dos gatos negros y
otra blanca y canela, jugaban a perseguirse, se entretenían con las
castañas secas, las elevaban en el aire, se las tiraban, se subían
a los árboles y las dos mujeres se alejaron, se internaron en la
profundidad, más allá de la escasa luz, lo saludaron con sus manos,
sonrisas amables, dientes blancos entre felinos juguetones, una
alegría que se perdía entre los dragos que se mezclaban desde el
termófilo con el bosque húmedo, la transición de la isla
acorralada, el perfecto refugio:

-Nosotras
te traeremos comida muchacho, tu tranquilo, no te faltará la
lechita, el quesito de Valleseco y el gofito amasado, duérmete otra
vez, aquí estarás seguro- sonó una voz joven desde la espesura,
era como de una niña, una voz que venía de más allá del olor de
las flores.

El
maestrillo anarquista se acostó en posición fetal, parecía un caracolito entre
la inmensa estepa verde, cerró los ojos, le vino un placer parecido
a cuando su abuelita Rosa le ponía la chupita, el trocito de tela
impregnada en miel de azahares. 

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