2 octubre 2023

Confesiones de agosto

Un gran amigo sufre la miseria del desempleo, tantos
años trabajando para verse con 50 años sin nada, con una ínfima ayuda social
que no le da para nada, encima puede perderla por haberse despistado con el día
del sellado en la oficina de empleo. Esa frialdad que emana de un estado corrompido,
donde mafiosos pasan las vacaciones en yates, aunque estén imputados por gravísimos
delitos de corrupción, son recibidos por ministros en sus despachos para hablar
del “¿Cómo va lo mío?», de cualquier mierda al margen de la realidad de un
pueblo que pasa hambre, de un pueblo que ya no puede más, mientras esta gentuza
saquea y roba el patrimonio público.

Mi amigo que tanto me ha ayudado en otros momentos
de la vida está destrozado, hoy nos vimos en una de nuestras muchas luchas y me
dijo que no aguanta, que se siente víctima de un régimen terrorista, donde los
ladrones viajan en coche oficial y firman decretos y leyes, donde la gente
honrada pasa miserias y hambre, sufre pisoteada por siniestros personajes con permiso
para delinquir en absoluta impunidad, para asesinar la democracia en la España de las maravillas para unos
pocos hijos de la gran puta.

Hablamos largamente después de estar con una
periodista y el gráfico de un medio de comunicación canario, me decía el colega
del alma que se sentía estafado después de tantos años trabajando, que ahora no
podía más, que su salud se doblegaba, que no tenía fuerzas para nada, que
estaba hundido entre la angustia y el dolor de verse sin nada.

Los dos compartimos el miedo por la comida de
nuestras hijas, el presente y el futuro tan negros, la ansiedad cuando suena el
teléfono y vez un número raro que no conoces, esa sensación de ser mártires de
la violencia de estado, de que al menos si tuviéramos armas, como en otros
tiempos de la historia, podríamos combatirla con fuego, resistencia y justicia revolucionaria.

Hablamos de Rodrigo Rato, de Bárcenas, de Blesa, de
todos los casos de corrupción política generalizada que vemos cada día en este
país podrido, de cómo son protegidos por gobernantes “supuestamente” iguales o
más delincuentes que ellos mismos, de la absoluta impunidad de miembros de la
Casa Real que “presuntamente” han robado sin que jamás sean condenados, de los
suicidios, de cómo cada caso de desapariciones de personas está asociado con inmolaciones
por razones económicas, del señor que el otro día en Canarias se tiró al mar
con su coche, del taxista que aparcó su auto y se encaminó hacia el abismo,
lanzándose al vacío sin que nadie lo supiera, hasta que fue encontrado su cadáver,
de cómo una vecina llamó a la policía cuando vio tirarse a un chico joven por
el Puente de Lomo Blanco, del lúgubre momento en que los agentes bajaron al
barranco Guinigüada encontrando dos cuerpos más, dos muertos más que nadie
había visto volar desde el inmenso precipicio.

Llegamos a la conclusión de que hay que seguir
luchando, que esta gentuza de los gobiernos se alegra cuando alguien muere, que
para ellos es un número menos en los presupuestos de las prestaciones y ayudas
sociales, un plato menos en el comedor social, de que el genocidio es
estructurado y premeditado, que lo que persiguen es destruir los derechos
sociales, convertirnos en esclavos/as de esta mafia franquista ultracatólica y
multimillonaria.

Acabamos en su humilde huerto regando las verduras y
los arbolitos frutales, tuvimos tiempo para algunas risas, para ver el libro de
Daniel Ortega junto al viejo sillón cama, los recuerdos de la revolución
sandinista, los tiempos de la guerrilla, esa lucha a muerte tan necesaria para
acabar con las brutales injusticias, de que las elecciones no sirven para nada,
que está todo demasiado viciado, de que hasta esas nuevas fuerzas emergentes y
mediáticas están también dentro del sistema como hemos visto en Grecia.

Concluimos hermanados en la lucha hasta la victoria,
“no hay otra salida”, dijimos convencidos, sembrar semillas de futuro y
dignidad, ser simientes de tiempos de amor y derechos civiles. La
indescriptible victoria de las flores sobre la destrucción y el holocausto de
la esperanza.



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Rodrigo Rato y Alicia González durante unas vacaciones en Ibiza