9 diciembre 2023

Destrucción de la inocencia en el día de la Virgen

En
la vieja hacienda de la marquesa al final del barranco de la Virgen
en Valsendero los falangistas llevaban a las hijas y esposas más
bellas de los detenidos, hombres que en unos días serían
desaparecidos en los pozos, simas y fosas, asesinados tras brutales
torturas en los centros de detención de Arenales y Alcaravaneras.

Las
mujeres con las manos atadas a la nuca llegaban en los coches negros
cedidos por los terratenientes agrícolas canarios e ingleses, las
metían en las dependencias donde había cadenas para retenerlas, las
alimentaban con pan y agua, les ponían vestidos cedidos por las
damas de la nobleza o simplemente ropa interior de tallas pequeñas.

Por
allí desfilaban todos los asesinos fascistas, los que dirigían el
genocidio desde la madrugada del sábado 18 de julio de 1936,
llegaban de juerga, con botellas de ron del charco, y ya les tenían
preparado el cóctel con champán francés, vino español, chorizo de
Teror untado en los panes de leña.

Aquel
día Eufemiano Fuentes, Manuel López Santana mayordomo del Conde,
Francisco R. Guerra y Marcelo Ascanio de Lugo celebraban el día del
Pino, era 8 de septiembre y la borrachera venía desde la noche
anterior en Teror, fueron a las casas de putas del barrio de Arenales,
por la mañana y sin dormir después de la solemne misa de siete en
la catedral junto a la Plaza de Santa Ana tocaba “fiesta” con las
mujeres detenidas.

Llegaron
los cuatro en el coche de Bonny el británico, los sillones de atrás
estaban llenos de sangre de los republicanos que desaparecían cada
madrugada después de torturarlos, el mayordomo los limpió bien con
un trapo del motor, hasta les puso un poco de grasa de cerdo para que
brillaran.

En
la verja de entrada los dos falangistas armados se pusieron firmes
cuando vieron llegar a los criminales, los cuatro borrachos solo
levantaron el brazo tambaleándose con un escueto “¡Arriba
España!”.

En
la entrada los esperaba una especie de palanganero o chulo de
prostíbulo apellidado Rosales, que se encargaba
de la gestión de aquel espacio para la violación y la tortura de
mujeres honradas.

Entraron
al salón de la pequeña mansión y les trajeron a siete mujeres,
desnutridas, desnudas, ensangrentadas, entre ellas varias niñas de
no más de diez años, los borrachos se sentaron en unos sofás
enormes para elegir “el material” como decía siempre el
millonario tabaquero.

Las
muchachas y las niñas lloraban, tenían mucha sed, solo pudieron
beber levemente cuando minutos antes la habían bañado con una
manguera de agua a presión, para que no le olieran mal a los señores
que venían a disfrutar de los placeres sexuales.

Guerra
el del minúsculo bigote, jefecillo de Acción Social de Falange, experto
en robo y venta de niños, comenzó a vomitar en medio de una tos
provocada por el chorizo de Teror bendecido por el párroco de la
Villa Mariana.

Eligieron
a las más jóvenes, a las dos niñas hijas de Juan Montelongo el
carpintero de la CNT, asesinado en la Sima de Jinámar y a otras dos
hermanas de menos de veinte años, nietas del profesor de matemáticas Santiago Guadalupe desaparecido en la Marfea.

-Las
vamos a reventar con unos buenos pollazos- dijo López Santana que
eufórico se bebía la cuarta botella de champán.

Luego
solo se escucharon gritos, alaridos de horror, golpes, insultos,
botellas rotas, en aquel paraje perdido del norte de Gran Canaria,
donde hasta los pájaros dejaron de cantar durante varios días.

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Pintura Oswaldo Guayasamín 

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