9 diciembre 2023

El amargo abismo

Caían en la Marfea masivamente, cientos de hombres,
algunas mujeres, luchadoras, luchadores antifascistas, anarquistas, comunistas,
socialistas, personas que defendían a la clase trabajadora, la democracia, la
legitimidad constitucional.

El abismo era el lugar desde la noche del domingo 19
de julio del 36, la corriente arrastraba los sacos con los cuerpos dentro y las
piedras que casi nunca eran suficientes para que se quedaran pegados al
revuelto fondo marino, no era suficiente el peso, el mar arrastraba los cuerpos
ahogados hacia dentro.

Aquel fondo marino parecía un desfile de buena gente
rodando por la arena y las algas hacia un lugar desconocido, algunos sacos
parecían moverse, como si alguien quisiera salir, sus piernas se movían dando
pataditas cual espejismo, golpeaban las ataduras de soga de pitera, pero quizá
fuera un efecto óptico, era como extremidades que golpeaban el saco de
plátanos, como tratando de romperlo para emerger hacia el oxigeno, al aire de
la Playa de La Laja, mientras la calima inundaba aquel inmenso Atlántico.

Arriba los falangistas disfrutaban del espectáculo,
Eufemiano Fuentes, los hijos del Conde de la Vega, el terrateniente británico Bonnny,
el criminal cura de Telde con pistola al cinto que ya borracho no daba la
bendición a los que iban a morir, demasiado ron aldeano, confundía la extremaunción
con la canciones de la taifas de las casas de putas del barrio de Arenales.

Allí se quedaban los fascistas después de arrojar al
mar a lo mejor del pueblo canario, miraban al horizonte mientras amanecía en
julio, el sol salía bajo un horizonte rojo, eso les molestaba, les irritaba los
ojos con las pupilas dilatadas de tanto alcohol, resacados de la fiesta de la
sangre, preparando la retirada a sus hogares, satisfechos de un nuevo
exterminio, del genocidio estructurado sobre miles de canarios que defendían la
democracia y la libertad.

Siempre se iban igual, dejaban las botellas vacías
de ron en la explanada, algunos sacos llenos de sangre, las balas de los tiros
en la nuca de quienes se resistían demasiado, ropa interior de mujeres violadas
antes de ser asesinadas.

Se retiraban sobre las siete de la mañana, era la
hora clave en julio para que nadie los viera, todavía era casi de noche, la
oscuridad protegía la salida de los coches y camiones de los asesinos, volvían
a sus casas, algunos besaban a sus hijos que se despertaban para ir al colegio.

En el fondo oceánico ya no quedaba nada, el desfile
submarino de la muerte había desaparecido, solo alguna tonina, varios zifios, delfines
que miraban desde el mar sin entender la inmensa maldad de aquellos terrícolas,
la brisa parecía apaciguar las olas gigantes que rompían en los acantilados de
la memoria.

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Esculturas submarinas de Jason de Caires Taylor en Cancún (México)

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