2 octubre 2023

El azulado cristal de la aurora

Cuando
bajaron del auto el inmenso olor a incienso moruno y tabaco fresco, recién
cortado, inundaba el ambiente. El paisaje remoto del centro de la isla de
Tamarán (1) parecía embellecer aquel
instante terrible, el momento de aplicar la “Ley de fugas” al pobre Ignacio
Alvarado García. El muchacho miembro de la CNT lo sabía, conocía el modus
operandi de los cobardes falangistas, aquellos siniestros personajes que no
fueron al frente de guerra para quedarse en retaguardia violando mujeres,
vendiendo niños, robando propiedades de republicanos asesinados, fusilando o
desapareciendo a gente desarmada.

Hacía
frío en el remoto pago, la niebla subía desde el mar volando débil entre el
frondoso bosque de acebuches, no se escuchaba nada más que el canto de los pájaros,
los canarios del monte embelesados por la llegada del verano, su trino
amenizaba el instante fatal en que obligaban a Ignacio a bajar la ladera, cerca
de un agujero volcánico muy profundo, donde los cazadores tiraban a los
podencos
(2) que no cazaban o que ya
viejos no les servían para sus crueles menesteres.

Sebastián López Santana, falangista y mano derecha del Conde de la Vega, mayordomo fiel y
torturador, encabezaba la partida de fascistas. El caso del joven anarquista
era distinto a otros, no querían llevarlo donde desaparecían a la mayoría, su
parentesco con un jefe del ejército, el coronel Juan Melián Alvarado, les
obligaba a ser más discretos en su crimen, no querían alterar a su familia,
aunque sabían que el muchacho era odiado por el militar, pero la situación exigía
un asesinato “impoluto”, sin testigos, incluso entre los miembros de los
sediciosos, se exigía “gente de confianza”, “manos limpias” de sangre, la sangrienta
estrategia programada, impecable, como le gustaba al fiel escudero del criminal
Conde, el que siempre le buscaba las mejores mujeres entre las aparceras, las más
jóvenes y bellas, que eran obligadas a mantener relaciones sexuales en la mansión
del sur, de lo contrario, si se resistían, eran violadas por el viejo amo y sus
sicarios de azul.

-Qué
fácil es matar a un hombre inocente cobardes, no saben luchar como hombres sino
como ratas, -dijo el joven con la voz rota por la afonía de los cinco días de
brutal tortura, secuestrado en el centro de detención de la calle Luis Antúnez-
En
ese momento todos le golpearon con las culatas de las fusiles, se echaron sobre
el como depredadores sobre su víctima, el chico de 22 años no se quejaba, les
miraba a sus caras con una dignidad desconocida para aquellos seres insensibles
al sufrimiento ajeno.

Al
no poder levantarse por partirle las dos piernas lo arrastraron hacia el fondo
del barranco, donde estaba la milenaria chimenea, el agujero terrible y oscuro
rodeado de maleza, zarzas y una vegetación espesa que casi lo tapaba,
camuflando un abismo conocido por muy pocas personas.

Lo
arrojaron nada mas llegar al borde, no hizo falta ninguna orden, iban como autómatas,
con las ideas muy claras, todo planificado, hasta el último detalle, cuando se
hizo el silencio recogieron una de las alpargatas del joven, varios botones de
su camisa destrozada, la boina negra, todo metódicamente, como quienes llevaran
cientos de años haciendo lo mismo, destruyendo la vida y la esperanza,
el aire puro de la libertad.

(1) Nombre indígena de la isla de Gran Canaria.
(2) Raza canina autóctona de Canarias.

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“Na procura dos cumios”, de Conde Corbal. Carpeta de grabados 
“Fardel da guerra, 1936-1986