9 junio 2023

El fabricante de lápices

En
Concord, Massachusetts, llegó al mundo el 12 de julio de 1817 el fabricante de lápices, forjando una
vida contracorriente de las falsedades humanas, la hipocresía y la construcción
de una sociedad que siempre ha dado la espalda a la naturaleza y a todos los
seres que la habitan.

Henry
David Thoreau se fue pronto, ni siquiera pasó de los 45 años, pero dejó una
estela de dignidad que pocos seres humanos han sido capaces de sembrar para el
futuro, el sueño, el anhelo de construir un mundo mejor, donde cada especie
tenga derecho a la felicidad, a navegar en este escaso viaje por la vida con la
plenitud necesaria para saborear el aroma de la libertad.

Desobedecer
fue su lema, confrontar pacíficamente los injustos postulados de un sistema que
ya en ese siglo se imponía desde el desamor, los abusos de poder, las guerras,
la corrupción política, la destrucción de la Madre Tierra, fue a la cárcel por negarse a pagar los dos escasos dolares de impuestos en señal de protesta por la guerra de los Estados Unidos con México. 

Yo
trato de imitarlo desde que era niño, por eso me pierdo solo por montañas y
bosques inescrutables, me entretengo mirando el vuelo de un pájaro, el sosiego
y el canto en cualquier ramita de un árbol frondoso, la construcción laboriosa
de sus nidos, la educación instintiva de sus crías, la fragancia de una flor, sus
caprichosas formas, su deriva al viento del alba como si quisiera mostrarnos
que solo con plantarse y no escapar ya se está construyendo un mundo nuevo.



El
fabricante de lápices defendió a los indios, a los esclavos, a los desahuciados,
a los emigrantes, a los más débiles, a los explotados, a todos aquellos que son
capaces de alzarse contra el criminal neoliberalismo.

Que
la existencia no sea una suma de horas de trabajo y tristezas que solo sirven
para acumular temporales bienes materiales.

El
caminante misterioso con su traje de pana sigue presente en el aire fresco, a
veces lo veo, lo intuyo, en la magia de la niebla inundando las copas de las
secuoyas, en cada mano que se convierte en puño para defender el legado de los
ancestros, la herencia de las generaciones futuras, que sin saberlo ansían
encontrar cuando nazcan un mundo donde todavía las abejas polinicen la
esperanza.

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