Los colocaron a todos de espaldas ante el pelotón de
fusilamiento, esa vez la fosa ya estaba abierta, era el cementerio de Las Palmas,
el mismo lugar donde habían enterrado, todos juntos amontonados, después de
asesinarlos a más de 80 camaradas.
fusilamiento, esa vez la fosa ya estaba abierta, era el cementerio de Las Palmas,
el mismo lugar donde habían enterrado, todos juntos amontonados, después de
asesinarlos a más de 80 camaradas.
Juan Azofra “el peninsular”, como le llamaban cariñosamente en los tomateros de
los Betancores en Los Giles. Era uno de los que estaban a punto de morir
tiroteados. El joven manchego recordaba en esos instantes finales a su madre en
su pequeñito pueblo, cerquita de Toledo, su amada esposa que lo esperaba, de la
que tenía su foto en el pecho, en la chaqueta de dril grisácea, que era lo
único que no le habían quitado cuando vino el cura, aquel capellán de Telde, el
que llevaba siempre pistola al cinto, famoso porque junto con la bendición daba
el tiro de gracia a los moribundos fusilados.
los Betancores en Los Giles. Era uno de los que estaban a punto de morir
tiroteados. El joven manchego recordaba en esos instantes finales a su madre en
su pequeñito pueblo, cerquita de Toledo, su amada esposa que lo esperaba, de la
que tenía su foto en el pecho, en la chaqueta de dril grisácea, que era lo
único que no le habían quitado cuando vino el cura, aquel capellán de Telde, el
que llevaba siempre pistola al cinto, famoso porque junto con la bendición daba
el tiro de gracia a los moribundos fusilados.
La nuca era su lugar preferido, pero no hacía ascos
a las sienes, a los ojos abiertos de aquellos jóvenes republicanos,
anarquistas, antifascistas, condenados en la masacre, junto a los más de cinco
mil canarios asesinados, masacrados por las fuerzas fascistas, sin que apenas
existiera resistencia al brutal golpe de estado, solo gente humilde,
profesores, abogados, médicos del pueblo, sindicalistas, jornaleros,
campesinos, comprometidos en la causa de la República de la esperanza, que
sufrieron la represión, el asesinato masivo, las torturas, el robo de sus
propiedades, en un movimiento de muerte y dolor amparado por la iglesia católica,
por una oligarquía desbocada y con desesperadas ansias de venganza.
a las sienes, a los ojos abiertos de aquellos jóvenes republicanos,
anarquistas, antifascistas, condenados en la masacre, junto a los más de cinco
mil canarios asesinados, masacrados por las fuerzas fascistas, sin que apenas
existiera resistencia al brutal golpe de estado, solo gente humilde,
profesores, abogados, médicos del pueblo, sindicalistas, jornaleros,
campesinos, comprometidos en la causa de la República de la esperanza, que
sufrieron la represión, el asesinato masivo, las torturas, el robo de sus
propiedades, en un movimiento de muerte y dolor amparado por la iglesia católica,
por una oligarquía desbocada y con desesperadas ansias de venganza.
Allí arrodillados, con las manos atadas a la espalda
esperaban por la orden del Capitán Samsó, mientras se organizaba un pelotón de
jóvenes reclutas, chiquillos que hasta conocían a algunos de los reos, que
temblaban de miedo con aquel terrible máuser en sus manos, dispuestos a disparar
“por el bien de España”, según decía el teniente Bombín, que los adoctrinaba en
sus arengas por una nueva patria de orden y raza, donde se exterminara del todo
ese mal del marxismo, del anarquismo, el que expropiaba propiedades de los
millonarios señores, los que repartían la tierra para el que la trabajara.
esperaban por la orden del Capitán Samsó, mientras se organizaba un pelotón de
jóvenes reclutas, chiquillos que hasta conocían a algunos de los reos, que
temblaban de miedo con aquel terrible máuser en sus manos, dispuestos a disparar
“por el bien de España”, según decía el teniente Bombín, que los adoctrinaba en
sus arengas por una nueva patria de orden y raza, donde se exterminara del todo
ese mal del marxismo, del anarquismo, el que expropiaba propiedades de los
millonarios señores, los que repartían la tierra para el que la trabajara.
Esos instantes, unos segundos, unos minutos, quizá
horas, años, siglos, una inmensidad, antes de que le atravesaran el cuerpo con aquellas
balas injustas, el tiempo justo para que la vida de Azofra pasará por su mente
como un huracán de ternura, el recuerdo de la lucha en un territorio toledano,
canario, de derecho de pernada y abusos de poder, aquella patria isleña del
hablar cadencioso, que lo había adoptado cuando vino huyendo de los
terratenientes manchegos, los que lo querían encarcelar por defender la
justicia, esa forma de luchar que impregna de dulzura cada palabra, cada acción
directa contra la explotación capitalista.
horas, años, siglos, una inmensidad, antes de que le atravesaran el cuerpo con aquellas
balas injustas, el tiempo justo para que la vida de Azofra pasará por su mente
como un huracán de ternura, el recuerdo de la lucha en un territorio toledano,
canario, de derecho de pernada y abusos de poder, aquella patria isleña del
hablar cadencioso, que lo había adoptado cuando vino huyendo de los
terratenientes manchegos, los que lo querían encarcelar por defender la
justicia, esa forma de luchar que impregna de dulzura cada palabra, cada acción
directa contra la explotación capitalista.
Al otro lado de los muros del cementerio escuchó,
mientras temblaba de frio y miedo, a un grupo de chiquillos/as que pasaban,
venían del colegio de Vegueta, hablaban de las clases, de la formación del espíritu
nacional, del mañanero “Cara al sol”, aquella canción ahora obligatoria, sintió
una voz muy parecida a la de su hija Nuria, una misma risa feliz, pero no, no era
ella. La niña estaba en la residencia de Falange de Segovia, en manos de las
monjas javerianas, las que se la habían arrebatado a su mujer, justo el mismo día
de su detención en la isla del viento sur.
mientras temblaba de frio y miedo, a un grupo de chiquillos/as que pasaban,
venían del colegio de Vegueta, hablaban de las clases, de la formación del espíritu
nacional, del mañanero “Cara al sol”, aquella canción ahora obligatoria, sintió
una voz muy parecida a la de su hija Nuria, una misma risa feliz, pero no, no era
ella. La niña estaba en la residencia de Falange de Segovia, en manos de las
monjas javerianas, las que se la habían arrebatado a su mujer, justo el mismo día
de su detención en la isla del viento sur.
El capitán, el tal Samsó, experto en consejos de
guerra, estuvo en el de los cinco de San Lorenzo, hizo de fiscal sin defensa,
propuso desde el primer momento el fusilamiento, no hizo caso de los ruegos de
aquellos paisanos que él mismo sabía que no habían hecho nada, solo defender
sin violencia la democracia republicana, pero el militar no entendía de
fidelidad al pueblo, a la gente que votaba por obtener una utopía de igualdad y
fraternidad.
guerra, estuvo en el de los cinco de San Lorenzo, hizo de fiscal sin defensa,
propuso desde el primer momento el fusilamiento, no hizo caso de los ruegos de
aquellos paisanos que él mismo sabía que no habían hecho nada, solo defender
sin violencia la democracia republicana, pero el militar no entendía de
fidelidad al pueblo, a la gente que votaba por obtener una utopía de igualdad y
fraternidad.
Colocó el pelotón, no sin antes recriminar a gritos la escasa
motivación de aquellos jóvenes reclutas, golpeando en la cara, abofeteando a
los dos que lloraban porque eran amigos de algunos de los reos: “Por España,
por la santa patria y por nuestro señor Jesucristo disparen en el lugar
preciso, que luego los que sobrevivan serán rematados por el capellán y por mí mismo”.
motivación de aquellos jóvenes reclutas, golpeando en la cara, abofeteando a
los dos que lloraban porque eran amigos de algunos de los reos: “Por España,
por la santa patria y por nuestro señor Jesucristo disparen en el lugar
preciso, que luego los que sobrevivan serán rematados por el capellán y por mí mismo”.
Azofra escuchaba todo, miraba de reojo sin mirar,
percibía el movimiento, la colocación de las armas, las dos filas de militares,
los llantos y suspiros de los dos jóvenes reclutas, las suplicas de sus compañeros
arrodillados, atados, vejados, golpeados durante días en el campo de
concentración de La Isleta. Tuvo un último pensamiento para Nuria Amaro, para
su pequeñita Margarita allá donde estuviera, un grito en el momento del “¡carguen
armas! ¡Apunten!”, un ronco y heroico “¡Viva a la República y la libertad!”,
cuando las balas quemaron su espalda, atravesando aquel pecho joven, la sangre
de sus hermanos de lucha, algunos revolcándose, el muchacho todavía vivo
intacto de dignidad, quietito en el suelo, la sangre brotando a borbotones y el
cura de Telde dando bendiciones y tiros de gracia: “Por la infinita
misericordia”, con una cruz enorme, que intentaba pasar por los labios de los
muertos o agonizantes fusilados. El muchacho manchego fue de los últimos, había
caído al fondo de la fosa, con varios compañeros, nadie se dio cuenta, la tierra
le iba cayendo encima, olía a estiércol, a la materia orgánica que usaba en su
trabajo para enriquecer de nutrientes los tomates.
percibía el movimiento, la colocación de las armas, las dos filas de militares,
los llantos y suspiros de los dos jóvenes reclutas, las suplicas de sus compañeros
arrodillados, atados, vejados, golpeados durante días en el campo de
concentración de La Isleta. Tuvo un último pensamiento para Nuria Amaro, para
su pequeñita Margarita allá donde estuviera, un grito en el momento del “¡carguen
armas! ¡Apunten!”, un ronco y heroico “¡Viva a la República y la libertad!”,
cuando las balas quemaron su espalda, atravesando aquel pecho joven, la sangre
de sus hermanos de lucha, algunos revolcándose, el muchacho todavía vivo
intacto de dignidad, quietito en el suelo, la sangre brotando a borbotones y el
cura de Telde dando bendiciones y tiros de gracia: “Por la infinita
misericordia”, con una cruz enorme, que intentaba pasar por los labios de los
muertos o agonizantes fusilados. El muchacho manchego fue de los últimos, había
caído al fondo de la fosa, con varios compañeros, nadie se dio cuenta, la tierra
le iba cayendo encima, olía a estiércol, a la materia orgánica que usaba en su
trabajo para enriquecer de nutrientes los tomates.
Fue siendo enterrado vivo sin inmutarse mirando al
cielo despejado de agosto de 1.937, oyendo los gritos, los insultos del
teniente Bombín a los soldados, sus ojos desencajados cagándose en dios,
mientras el cura de Telde, el padre Don Juan Ignacio, apuraba los últimos disparos
en la nuca de sus camaradas. La tierra lo cubrió, no sentía nada, solo un
pequeño dolor en su espalda, la sangre que salía, un placer infantil de no
saber nada, de esperar cerrar los ojos para siempre, hasta que comenzó a tragar
un alimento inusual, el barro y la sangre de su sangre. Todo oscureció de
repente mientras las olas del mar rompían a pocos metros, las gaviotas revoloteaban
como seres oscuros, aventadas por tanta muerte.
cielo despejado de agosto de 1.937, oyendo los gritos, los insultos del
teniente Bombín a los soldados, sus ojos desencajados cagándose en dios,
mientras el cura de Telde, el padre Don Juan Ignacio, apuraba los últimos disparos
en la nuca de sus camaradas. La tierra lo cubrió, no sentía nada, solo un
pequeño dolor en su espalda, la sangre que salía, un placer infantil de no
saber nada, de esperar cerrar los ojos para siempre, hasta que comenzó a tragar
un alimento inusual, el barro y la sangre de su sangre. Todo oscureció de
repente mientras las olas del mar rompían a pocos metros, las gaviotas revoloteaban
como seres oscuros, aventadas por tanta muerte.
Impostura franquista, fabricada por los golpistas triunfantes para escenificar, remedar o simular los también supuestos fusilamientos de nacionales por republicanos en Durango, Vizcaya. Algunos fijan la fecha de los aparentes asesinatos en torno a 1940
Así mataban y mata la escoria fascista, antes fusilando, ahora con recortes, corrupción política, sobres, indultos a mafiosos, desahucios. Son la misma mierda criminal.
Por lo que mas reniego es oir la puta iglesia…mecaguendios !!!!