8 junio 2023

En la casa encantada

Las gotas caen en la ventana y es casi julio,
desolado verano en estas islas perdidas, donde el viento enmaraña las hojas al
viento del recuerdo, triste reminiscencia de cuando todos todavía estaban
vivos, cuando la casa estaba repleta de gente en aquellas tardes de helados, fútbol,
charlas y risas.

No sabíamos apreciar lo que teníamos, ni siquiera
habían nacido las que ahora viven lejos de mi vida, quizá se presentían en las
noches silenciosas, cuando se fraguaba este pequeño instante en que existimos,
un breve recorrido donde no da tiempo a darse cuenta de que estamos en la gran
masa estelar, en un rincón antiguo del universo, allá donde un día habitó el
murmullo del infinito.

Ahora la vieja casa está casi vacía, a veces en mi
soledad se escuchan voces, remotos sonidos, bromas, besos y palmas, carcajadas
conocidas, reconocibles en kilómetros de angustia, en millones de años y
lágrimas.

Me asomo a la ventana de la casa de madera, el viejo jardín, los árboles,
la araucaria gigante, no hay nadie, solo los pájaros cantando, el mirlo que
viene cada mañana, muy temprano, cada tarde, anocheciendo para bañarse en los
bebederos, para luego partir entre un silbido vertiginoso, como quien viaja
desesperadamente a otro tiempo remoto, cuando no había casas, ni coches, ni
humanos.

Seguramente tenía que haberme marchado hace tiempo
de aquí, irme lejos, volar al otro lado del mundo, dejar que las enredaderas se
comieran cada tabique de piedra blanca de cantera, que los dragos se abrazaran
a la vieja higuera, se fundieran en un solo ser monstruoso, repleto de flores y
frutos de agosto.

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