2 diciembre 2023

El octubre del guerrillero heroico, donde el amor fue un grito escondido

No imaginabas Ernesto, cuando cruzabas a nado aquella
noche de tu cumpleaños el río Amazonas, celebrando en esa fecha tan especial la
solidaridad con los desheredados de la tierra, avanzando lento y casi asfixiado
por tu asma hacia la leprosería de San Pablo.

No esperabas camarada que la crudeza de los años te
llevará en volandas en ese viaje convulso, repleto de años duros, necesidades,
carencias, alegrías inmensas, entre bombas y metralla, fusiles liberadores en
la alborada de las selvas que recorriste, que sentiste en lo más profundo de tu
corazón rebelde.

Luego todo pasó tan rápido, te viste en El Gramma
junto a Raúl, Fidel, Camilo y el resto de compañeros, viajando hacia la selva
de colores, hacia una revolución que ha hecho estremecer los cimientos de la
historia.

Más tarde fue El Congo, Bolivia, la espera
insaciable de los años en la escuelita de La Higuera, donde te llevaron tras
herirte y apresarte en la Quebrada del Yuro el 8 de octubre de 1.967. 



Esa noche
te pusieron a tus compañeros muertos al lado, los contemplaste y recordaste
cada instante, algunos habían estado contigo en la Sierra Maestra, pero ahora
yacían en aquel humilde recinto educativo.

No dormiste, los miraste, viste sus caras
serenas, pensaste en todo lo que habías vivido, en las tremendas injusticias
que observaste en tu inmenso viaje por Latinoamérica junto tu amigo Alberto
Granados, una odisea que forjo tu conciencia y la hizo invencible.

Al amanecer del 9 de octubre entraron a matarte, no
dudaste en mirar a los ojos de tu asesino en el momento que te disparaba, aquel
sicario de la CIA, de ese imperialismo contra el que luchaste hasta el final,
hasta la victoria o la muerte, por los pueblos de la tierra, por su liberación
armada y amada en cada gesto de ternura eterna, amor revolucionario, ese que
corta los años en pedacitos para convertirlos en instantes de claridad.

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