Era agradable para Braulio sentir desde la cunita el olor a café y leche de cabra, el calorcito de las mantas remendadas y el bullicio de los juegos de sus hermanos en aquel reducido habitáculo. La alegría que inundaba la casa cuando llegaba su padre con aquel olor a tierra mojada impregnado en su ropa, al tabaco negro de Virginio casi siempre encendido en sus labios, cargado de papeles con mensajes y consignas revolucionarias.
Esa felicidad libertaria y republicana pareció truncarse de repente aquella noche de diciembre, cuando en la carretera general se escucharon disparos, gritos, lamentos, insultos. Su madre entró corriendo desalada y su tía Rosa con la cara ensangrentada atrancó la puerta, pero fue imposible parar aquella patada que destrozó la humilde entrada. Hombres de azul golpearon a su madre ante el llanto de sus hermanos.
El bebé solo miraba sin pestañear, contemplaba el terror y no lloraba cuando uno de los falangistas con la cara desencajada lo sacó de la cuna y lo golpeó contra la pared. Braulio sintió el silencio, la oscuridad y un sabor a sangre en su boca. Todo había acabado en su corta vida, sintió el amor de su madre que lo cogió, lo apretó contra su pecho mientras notaba que iniciaba un nuevo viaje hacia otro sueño desconocido.
Gracias amigo por estas palabras de recuerdo a la inocencia asesinada. Un abrazo fraterno.
Que palabras mas bonitas y con que cariño las escribes.Precioso!!.Reparación y justicia .
Un abrazo.
Gracias Pino, Gracias Juanillo. Solo salen del corazón, las escribo yo, pero podrían salir también de ustedes y diríamos lo mismo. Un abrazo fuerte.
Braulio debe ser el simbolo de toda esa lucha por la memoria y la dignidad.