10 junio 2023

En la brisa estaba el perfume y la esencia de mujer

-¿Pero
dónde van a llevarnos Dios mío- dijo Alicia Trujillo, cuando el
coche negro comenzó la subida por una carretera de tierra muy
empinada cerca del barranco de Ansite.
En
el coche negro del Conde iban dos falangistas delante y tres mujeres
en el sillón de atrás, las traían del centro de detención de la
calle Luis Antúnez donde apenas las tocaron:
-Resérvalas
para la taifa de esta noche Rodríguez, habrá una buena fiesta en
casa de La Sorrueda- dijo Sebastián Samsó, el capitán fascista que
supervisaba las torturas junto a los jefes de Falange en este lugar
para el horror.
Llegaron
a una pequeña mansión de estilo colonial, rodeada de palmeras y
eucaliptos gigantescos que casi no dejaban pasar la luz, en la puerta
de la casa estaban varios falangistas con armas en la mano haciendo
guardia, dentro se escuchaban los llantos de otras mujeres también
cautivas:
-Llévenlas
a bañarse a estas guarras que apestan a becerra, dales jabón Paco
Araña- exclamó entre carcajadas y muy borracho el jefe de centuria
del sur de la isla de Gran Canaria, Borja del Lugo, mientras empujaba
a las mujeres cuando las sacaron del coche.
-Están
buenas las muy putas, esta noche sabrán lo que son pollas
nacionales- dijo el jefe requeté Alberto Luis Rosales, que no dejaba
de mirar el pecho de Alicia, todo su joven cuerpo, que se
transparentaba tras el camisón corto que le habían puesto en el
centro de tortura.
Ya
dentro había varias bañeras y dos mujeres mayores que parecían
criadas de la nobleza por el uniforme:
-Mis
hijas hagan caso de todo, no se rebelen porque puede ser mucho peor,
hagan lo que digan los señores o las matan- dijo las más alta de
las dos, muy morena, el pelo blanco recogido, con un acento que no
era canario, más bien parecía portugués.
Las
tres chicas, Alicia Trujillo, Rosa Luisa Bordón y Carolina Hernández
se dejaron echar el agua por encima, luego le lavaron el pelo con un
champú muy suave, para después impregnar su piel de un perfume que
jamás habían olido, era como la fragancia de las mujeres de los
terratenientes que habían visto alguna vez comprando en Santa Lucía
o Tunte.
Tras
obligarla a ponerse varios vestidos de colores rojos y verdes las
metieron en una habitación muy pequeña, solo cinco sillas y un
sillón viejo muy deteriorado, allí estuvieron varias horas hasta
que se hizo la noche:
-¿Qué
hacemos chiquillas, qué hacemos, nos van a hacer mucho daño estos
fascistas? Dijo Carolina, que solo conocía a Rosa de las reuniones
en la Sociedad Sindical de las aparceras en el almacén del Castillo
del Romeral.
Afuera
se escuchaba la llegada de muchos coches, la algarabía, voces de
hombres, risas, bromas, burlas, llegando a la habitación el olor del
ron de caña que trajeron esa misma tarde en varios barriles desde
Arucas, también habían sacrificado a varios cerdos y una cabra para
asarlos durante la juerga que estaba a punto de comenzar.
Se
abrió la puerta y aparecieron varios falangistas muy jóvenes con
armas al cinto, les ataron las manos a la espalda y las sacaron a
empujones al patio de la mansión, Alicia vio a unas quince mujeres
más, todas vestidas con trajes cortos de colores, muy pintadas y
también amarradas.
Las
subieron a una tarima de madera entre los gritos y silbidos de los
fascistas, Carolina identificó a varios de los caciques más
importantes de la isla, media familia del Conde, el tabaquero
Fuentes, los hijos de los Melianes, varios de los hermanos Betancor,
entre otros miembros de la oligarquía isleña, que brindaban con
vasos de ron y vino por la “Santa Cruzada”, entre arengas
facciosas y gritos de ¡Arriba España!.
Las
chicas estuvieron expuestas casi dos horas durante el desarrollo de
la fiesta, las criadas estaban a su lado y en baja voz trataban de
animarlas:
-Será
solo un rato aguanten como puedan, estarán muy borrachos- dijo la
mujer que parecía de Portugal.
Sobre
las doce de la noche se las fueron llevando como fieras salvajes a su
presa, primero los señoritos de la nobleza isleña que elegían con
tiempo, luego el resto, a la mayoría de la chicas las violaron en
grupo, la práctica que tanto les gustaba desde la noche del sábado
18 del julio del 36, en cada habitación los hombres hacían cola con
las chicas atadas a las camas, otras eran vejadas en pleno campo, en
medio de la finca de mangas, papayas y naranjas.
La
orgía era generalizada y los niveles de sadismo superaban cualquier
límite, se escucharon hasta disparos sobre las muchachas que se
rebelaban, en el patio central iban colocando los cadáveres a la
espera de la llegada del camión que las haría desaparecer para
siempre.
Alicia
sufrió las aberraciones primero del oligarca De Lugo, que luego la
entregó a la soldadesca tras hacerle todo tipo de aberraciones
sexuales.
La
muchacha estaba muy débil tirada sobre el barro de la finca y
hombres de todas las edades la iban violando uno a uno, vomitaba con
frecuencia el ron y el semen que le obligaban a tragar.
No
sintió nada, dejó de luchar y gritar, se abandonó hasta el
instante de la muerte por las hemorragias internas y los brutales
golpes.

Solo
cinco mujeres sobrevivieron y las dejaron maniatadas y
semiinconscientes en el patio interior, el resto de los cuerpos se
los llevaron, había muchos hombres durmiendo la borrachera en cada
rincón de la casa, la brisa de noviembre movía las ramas de los
árboles, el sol rojo del amanecer iluminó en un instante todo el
palmeral.

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Pintura de Carlos Alonso sobre la tortura y abusos a mujeres en la dictadura argentina