8 junio 2023

En la otra esquina del verano

Los
sicarios de Falange salieron a la calle meses antes del golpe con la violencia
a flor de piel, rompiendo manifestaciones obreras, agrediendo a personas que se
movilizaban pacíficamente en demanda de sus derechos sociales y laborales,
nadie imaginaba que desde la noche del sábado 18 de julio del 36 estarían
asesinando a miles de canarios.

La reunión
con el gobernador civil Antonio Boix Roig de varias organizaciones revolucionarias
solicitando armas para defender al pueblo de los ataques fascistas no funcionó,
el alto funcionario de la República justificó su negativa en que no sería
necesaria la utilización de la violencia, que los rumores de alzamiento
sedicioso eran infundados, que estaba todo muy controlado, que sería imposible
cualquier tipo de sublevación militar.

Cuando
salieron del breve encuentro la decepción era generalizada entre los
asistentes, Antonio Aguiar, responsable de la Federación Obrera y sindicalista
aparcero en el noroeste de Gran Canaria fue el primero que habló:

-Este
hombre no se entera de lo que está pasando, no ha visto lo que han hecho esos
asesinos en las manifestaciones, la crueldad de sus actuaciones contra nuestro
pueblo-

El resto de compañeros asintieron con la cabeza, se tomaban unos vasos de
agua y varios cafés en un bar junto al Campo España, cuando escucharon los cánticos
y vieron pasar al numeroso grupo faccioso por la calle León y Castillo, un aire
marcial en el desfile, uniformados y las miradas de odio cuando los vieron en
la puerta, encabezaba la marcha el jefe requeté Dionisio Barber Urquijo, que
llevaba una bandera azul con el yugo y las flechas, cantaban el “Cara al sol”:

-Estos nos
van a matar a todos, tienen armas de los terratenientes y militares traidores-
exclamó en voz muy baja Santiago Alcántara abogado canario, colaborador del
diputado comunista Eduardo Suárez en la defensa de los derechos de las mujeres
tabaqueras.

Los
falangistas siguieron hacia la calle Triana, la gente los miraba con miedo,
algunas mujeres cerraban las puertas y ventanas a su paso, veían en ese grupo a
tipos vinculados a los caciques, encargados de los tomateros de los Betancores,
 del Conde o la Marquesa, personajes
siniestros que llegaban incluso a golpear a quienes disminuían el ritmo de
trabajo en las interminables jornadas laborales de la mañana a la noche por un sueldo ínfimo.

También había
algunos niños que portaban banderas con simbología vinculada a la Iglesia Católica,
a lo que ellos llamaban la “Santa Cruzada contra la “conspiración judeo-masónica
y marxista”, un desfile que metía el miedo en el cuerpo de la gente al ver en
el grupo a quienes ejercían y apadrinaban la injusticia, abusando del poder que
les daban los conocidos como los “dueños de la isla”, los mismos apellidos del
holocausto indígena, los que se repartieron las tierras, los manantiales, los
barrancos por donde corría más agua, dejando para el pobre solo la miseria, la esclavitud,
la explotación y el hambre.

La comisión
de representantes de organizaciones gremiales, partidos de izquierda y sindicatos
se despidió con mucha decepción, algunos abrazos, vivas a la República, todos
sabían que la muerte esperaba agazapada, que ya sería inevitable el genocidio.

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