10 junio 2023

Estiércol y sahumerios

En la procesión del sábado santo del 68 yo iba de la
mano de mi madre por La Montañeta, la zona más antigua de Tamaraceite, el cura
sudaba copiosamente por su excesiva gordura, sotana negra, custodiaba aquel
Cristo ensangrentado junto a los asesinos que encabezaban la comitiva solemne,
vestidos de negro, del brazo de sus mujeres enlutadas, con mantilla y rosarios
colgados de sus cuellos al ritmo de la banda militar.

Olía a una mezcla de estiércol y sahumerios, la
gente no paraba de cantar, ¡Perdona a tu pueblo, Señor, perdona a tu pueblo,
perdónale, Señor! Yo creía que se arrepentían de los crímenes cometidos escasos
años antes, pero los falangistas desfilando marciales echaron por tierra mi
santa inocencia.

Aquellos hombres de azul y correajes se movían
ágiles por la estrecha calle del Paseo de los Mártires, sus jefes miraban
amenazantes a las familias de las personas asesinadas tras el golpe fascista
del 36, mi madre bajaba la vista y no me soltaba la mano, acostumbrada a tantos
años de humillaciones por ser hija de un represaliado, por estar casada con un
hijo y hermano de asesinados por el fascismo español.

El cura rezaba en voz alta, casi gritaba, resonaba
como un trueno, a mi me daba miedo todo aquel ritual de esa semana, la
oscuridad, las llagas, las heridas de ese Dios todopoderoso que parecía estar
al lado de quienes habían masacrado a mis seres queridos, detrás la Virgen de
negro venía arropada por más mujeres también de luto que lloraban como si todo
fuera real, como si todo aquello no hubiera sucedido hacía miles de años en
otra parte del planeta.

Apretaba asustado la mano de mi madre, le dije que
quería irme, que no aguantaba más esa lenta letanía, el ruido de las botas
militares, aquellos ojos repletos de odio, el olor inaguantable que me removía
las tripas, el temor a que aquel tipo de repente empezará a parpadear y se
bajara de la cruz, que me llevara a rastras a algún lugar más tétrico, lúgubre y
triste.

El diablo era mentado con mucho temor por las viejas de
peineta cuando pasaban por la calle Judas, era un diablo rojo, negro,
libertario, un diablo con rabo y cuernos, que odiaba a los terratenientes, a
los que ejercían el derecho de pernada, a quienes mataban de hambre y explotaban
a la clase trabajadora.

No tuve tiempo de ver más, mi madre accedió a mi
petición y se desvió discretamente por la empinada cuesta abajo hacia la
Carretera General, al rato pasábamos delante de la policía municipal, Lola me
dijo en voz baja que ese era el ayuntamiento de los comunistas, que ella era
muy niña pero que escuchó los disparos de los fascistas cuando vinieron a
asesinar y desaparecer a lo mejor de nuestro pueblo.

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El Jesús del Gran Poder presidido por el criminal fascista Queipo de LLano