10 junio 2023

Figuras negras disueltas en la demoniaca oscuridad

Al
despacho de la concejala Guerra llegó la vieja monja del robo masivo
de niños en los años 40-50, la recibió con una expresión de gozo
en la cara, ese gesto que solo se ve en rostros de quienes ejercen el
fanatismo religioso y el saqueo de lo público.

En
aquellos años el presidente Aznar se codeaba con la creme de la
creme del criminal “Trío de Las Azores”, España al fin estaba
en la élite de los genocidios imperialistas, las armas de
destrucción masiva no aparecían pero ya habían asesinado a más de
medio millón de iraquíes, en su mayoría niños y población civil,
casi todo el mundo firmaba hipotecas hasta más allá de la muerte,
de tantos años que era inimaginable el momento de acabar de
pagarlas.

Pero
Guerra eufórica recibió a sor Carmen en su despacho con baño,
virgen y Rosario, desde niña vio los constantes trapicheos de su tío
y otros familiares directos en su pueblo del norte, los bebés que
llegaban envueltos en sabanas de hospital y en menos de dos horas
eran despachados, el tiempo suficiente para recibir los flejes de
billetes de las familias compradoras.

La
vieja monja olía a humedad, a una mezcla de orines, mierda seca y
sudor, sonreía y se persignaba cuando hablaban del dinero de la
“ayuda” municipal.

-A
estas niñas huérfanas tenemos que enderezarlas, que se
hagan mujeres de bien que engrandezcan nuestra España y voten por
nuestro partido por la infinita misericordia de nuestro señor
Jesucristo- comentó la vieja vestida de negro con el habito muy
apretado en una cabeza estrecha, como reducida con los años de tanto
comprimir su pelo blanco, su frente sudorosa, su nariz aguileña,
mocosa, blanca como la leche de cabra.

La
concejala presurosa mandó a una de sus secretarias a preparar “un
buchito de café para la hermana”, no dejaba de moverse nerviosa,
sabía que la religiosa había sido fundamental en el robo y venta de
bebés como enlace con los hospicios y residencias de menores, que
era una experta en mentir a las madres recién paridas en los
hospitales, diciéndoles “que sus amados niños habían muerto, que
no podrían mostrárselo por sus deformidades demoníacas”, “que
a veces el diablo se metía en las relaciones sexuales pecaminosas y
eso generaba que cada bebé naciera condenado por la
lujuria
de sus madres y padres”

Hablaron
las dos cogidas de la mano de aquellos años gloriosos cuando la
vieja monja generó tantos beneficios para su tío el falangista y
toda su familia, la religiosa insistía en los buenos momentos,
“cuando con Franco vivíamos mejor” entre las risas y gestos de
admiración de la franquista edil que le pidió con mucho entusiasmo
rezar un breve Rosario, “Santa María Madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte amén”.

Se
abrió la puerta y entró sumisa la mano derecha de la fascista con
una bandeja con café y galletas de chocolate, la monja paró de
rezar al momento y acarició con una carcajada el muslo gordo de su
anfitriona, dejó el Rosario en el sillón y se prestó a comer como
si no hubiera comido en varios días, la crema de chocolate le caía
por la barbilla, daba bastante asco, por lo que la secretaria dejó
de mirarla y al servirle el café se lo echó por encima.

La
monja dio un grito y un exabrupto insultando, “hija del demonio
aprende a servir que me has manchado, golfa, déjate de pensar en los
machos”. Guerra no sabía que hacer, se levantó y tomo del brazo a
la vieja “hermana ahora miramos lo del dinero para su institución”,
dijo con la voz ronca y un crucifijo enorme en su mano derecha.

En
aquel momento la monja pasó del sofá a la mesa del despacho con el
ordenador apagado por no saber manejarlo, le cambió la cara, habló
de “que aquellas cientos de miles de madres a las que le habían
quitado los bebés no estaban preparadas para educar a esos hijos,
que fue necesario entregarlos a familias decentes y fieles a la Santa
Cruzada para construir la nueva España”.

Luego
firmaron unos papeles y se abrazaron, Guerra no podía aguantar el
mal olor, pero alegre no se despegaba de la vieja embutida en aquel
vestido negro y polvoriento, ambas parecieron desaparecer como lechuzas negras en la
nebulosa más triste del brutal genocidio y el saqueo de la felicidad.

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Otra ladrona de bebés sor María Gómez Valbuena supuestamente «muerta»