1 octubre 2023

Hay quien sueña con volar

Siempre
jugaba solo en aquel patio rodeado de perros fieles y flores, juegos
fantásticos entre indios, forasteros, vaqueros, héroes de la edad
media con armadura, muchachas rebeldes que luchaban contra monstruos
terribles que venían del averno, que salían del fondo de la tierra
junto a la lava de los volcanes y terremotos que atemorizaban aquel
mundo de sueños y oscuridad.

A
Leonardo Suárez le venía bien aquella soledad, después de que se
hubieran llevado a Diego, su padre, la noche de abril del 37, no
podía borrar de su cabeza la extrema violencia de los hombres de
azul, algunos con boina roja, otros con
tricornio,
desde ese día aquellos seres llenos de odio eran los demonios del
mal, los que venían del infierno, los dibujaba en su fantasía de
ocho años recorriendo el mundo en naves gigantescas, secuestrando
todo lo bueno, llevándose las flores, los animales, las personas
para desaparecerlas no se sabía bien donde, quizá en un agujero
lúgubre por donde salieron un día los volcanes más antiguos, donde
nacieron las islas en los cuentos que le contaba su padre antes de
dormir.

Dejó
de ir al colegio cuando por las calles señalaron a su madre entre
insultos, acusándola de ser la mujer de un comunista, ella misma le
daba clases, conservaba la biblioteca de su padre, libros de Platón,
de Sócrates, de Verne, de Dante, de Salgari, de Neruda, de Lorca…,
que le leía cada tarde sentada en el banquito de madera ante sus
ojos abiertos, atento a cada palabra, a cada frase, a cada historia.

Miraba
los ojos tristes de Alicia Trujillo, nunca pudo recuperarse de la
muerte de Diego, ni siquiera sabía el lugar exacto donde habían
tirado su cadáver destrozado, solo algunos rumores hablaban de que
lo habían arrojado a uno de los pozos de la finca de los Ascanio en
Jinámar, teniendo que soportar torturas brutales en el edificio de
La Mayordomía de la Condesa, donde se decía que lo habían llevado
junto a veinte hombres más, además de a Carmen Moreno, una mujer
que había trabajado de criada en la casa de los Kraus en Vegueta, la
que era novia de Luiso Rodríguez el cocinero anarquista de la CNT.

La
madre se acostaba pronto y él chiquillo se metía con ella en la cama, la veía
muchas veces dormirse y comenzar a encogerse de miedo, a gemir de
dolor, a soñar con todo lo terrible que galopaba en el otro lado de
la penumbra, imaginaba que tras la ventana había brujas acechando,
brujas también vestidas de azul con escobas en forma de yugos y
flechas, brujas terribles, como aquellas dos mujeres de la Sección
Femenina que un día se presentaron en su casa para
llevárselo
a la Casa del Niño, los llantos de su madre, hasta que ya en el
coche negro intervino el falange vasco Demetrio Goñi que era amigo
de su abuelo, hablando con las dos mujeres para que lo dejaran un
tiempo más con su madre:

-Dejen
al chiquillo unos meses más con esta infeliz, yo le hago el
seguimiento y cualquier cosa que vea les aviso- dijo al final tras
una conversación de casi una hora con las dos fascistas.

Lo
sacó llorando del coche donde ya lo trasladaban al internado del
Paseo de San José, famoso por ser uno de los puntos de venta de
niños robados que dirigía Acción Social de Falange, convirtiendo
en pocos años esas acciones en un lucrativo negocio que movía
millones en toda España.

Desde
ese día cuando escuchaban pasos en el callejón o tocaban a la
puerta se abrazaban los dos, madre e hijo, no movían un musculo
temiendo que vinieran a
llevárselo, luego
los pasos se alejaban, a veces eran botas militares o pasos de
alpargata de jornalero, tenían el oído agudizado y podían escuchar
lo que casi nadie escuchaba, hasta las alas de las lechuzas
invisibles que volaban sobre aquel pago cercano a la Higuera Canaria.

Nunca
olvidó aquel día de julio que se vio sentado en la cubierta del
barco que salía del puerto hacia Venezuela en la fría madrugada,
los dos se miraron cuando al amanecer la islita se perdía en el
horizonte, vio sonreír a su madre por primera vez tras varios años después de la
muerte de su padre, se fundieron en un abrazo tan largo que
parecieron formar un solo cuerpo, una sola alma impregnada de ternura
y amor antiguo.

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