Para René Marrero, con el alma llena de banderas.
«Cuando alzaban por Rey a alguno, tenían esta costumbre, que cada reino tenía un hueso del más antiguo rey de su linaje envuelto en sus pellejuelos y guardado y, convocados los más ancianos al Tagoror, lugar de junta y consulta, después de elegido el rey, dábanle aquel hueso a besar; el cual, besándolo, lo ponía sobre su cabeza y después de él, los demás principales que allí se hallaban lo ponían sobre el hombre y decían: AGOÑE YACORON IYATZAHAÑA CHACOÑAMET, Juro por el hueso de aquel día en que te hiciste grande».
Historia de Nuestra Señora de Candelaria de Fray Alonso de Espinosa.
La inmensa e impagable labor de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica de Arucas, ha conseguido a base de lucha, tesón y mucha paciencia en las agotadoras gestiones institucionales, lograr que los pozos de este norteño municipio gran canario sean abiertos a la mirada asombrada de un pueblo, a los ojos llorosos de hijos/as, nietos/as y bisnietos/as de los desaparecidos en la represión del fascismo en Canarias, de unos seres que dieron su vida por la democracia, la libertad y la esperanza de cambiar unas estructuras sociales injustas.
Fueron hombres y mujeres jóvenes comprometidos políticamente con el comunismo, con el socialismo de verdad, con el anarquismo, algunos cristianos y otros que vieron en la República una clara alternativa a tanta miseria y explotación. Luchadores contra el hambre, la incultura y el analfabetismo de la pobreza extrema, sindicalistas, libertadores de proletarios, incrustados en las enormes fincas de plataneras donde todavía olía a derecho de pernada, donde los patronos eran llamados “amos”. Victimas del miedo fomentado por una iglesia cómplice inevitable de los asesinos, sotanas satánicas, como decía Neruda, amigas de los torturadores y represores de un pueblo masacrado por los poderosos.
Esos huesos que ahora salen de los pozos nos narran en silencio lo que supuso defender la libertad y la fraternidad, nos interrogan callados, nos hacen pensar en cómo pudieron morir, en tanto sufrimiento y tristeza, palizas, torturas y abusos de una oligarquía descendiente directa de los conquistadores del genocidio aborigen. De esos huesos que también están en las necrópolis de ese pueblo perdido que vino de África buscando los límites del horizonte, que vio como arrasaban por todo su universo, como la espada y la cruz se convertían en su muerte temprana a manos de unos demonios profetizados de armaduras, montados en bestias de cuatro patas.
En los periódicos vemos ahora esos huesos blancos de unos desaparecidos, sacados de sus casas a la fuerza, retenidos en la pupilas inocentes de sus hijos/as para siempre, golpeados por las brigadas del amanecer, torturados buscando nombres, direcciones, listas de afiliación o simplemente el gusto de los que gozan con el sufrimiento humano, con pisotear derechos universales para beneficio de los enriquecidos. Bestias inmundas que regaron de sangre nuestra tierra, de lagrimas las casas pobres, de llantos enrojecidos de sus mujeres y madres, sin ni siquiera una tumba donde ir a depositar flores, a llorar o simplemente saber donde estaba ese cuerpo perdido, esos manantiales de esperanza que una madrugada se llevaron para nunca devolverlos.
A pocos km en el municipio de San Lorenzo también secuestraban a sus camaradas, a estos no los desaparecieron, sino que los juzgaron en un burdo consejo de guerra, un montaje con falsas pruebas e imputaciones, para condenarlos a la muerte por fusilamiento en el campo de tiro de La Isleta, después de pasar unos días de torturas en el Castillo de San Francisco y en el Campo de Concentración de Gando. Todavía recuerdo las palabras del superviviente y comunista, Domingo Valencia, cuando relata el momento de esa madrugada que los sacaron del Lazareto para matarlos, los abrazos de despedida, de cómo algunos lloraban, mientras otros gritaban palabras de aliento para sus hijos/as y mujeres. Hombres sencillos también como mi propio abuelo, Pancho, que dejó tres hijos y una viuda inconsolable, luchadores por una vida mejor de los explotados y explotadas, por una sociedad sin clases, igual para todos y todas, por un mundo más justo e igualitario.
Estos huesos de Tenoya, Arucas, Cardones, Bañaderos, Fuencaliente, no son meros trozos orgánicos de un pasado semiremoto, son algo más, son poemas de amor a una lucha que luego siguieron otros/as: revoluciones, claveles en Portugal, machetes en La Habana, horror en Argentina, desesperanza en Chile, sangre en el desierto del Sahara, mayos en Francia, ahora diciembres en Grecia. La voluntad inquebrantable de los pueblos en su lucha de liberación.
Ahora nos venden las hipotecas y el mileurismo, prevalecen niveles de paro y de pobreza nunca vistos en la historia reciente de Canarias, pateras y cayucos con miles de trabajadores/as muertos/as en la oscuridad del océano, la especulación urbanística, la venta del territorio al mejor postor por unos políticos corruptos, hipotecados hasta las cejas por los constructores que les pagan las elecciones a cambio de favores y prebendas. De nuevo se repite la historia: primero la aculturización y dominación de los habitantes originarios hace más de 500 años, luego la represión, la masacre inquisitoria, el golpe de estado fascista, el hambre, la inmigración y ahora el neoliberalismo salvaje en tiempos de crisis. Las privatizaciones, los contratos basura, la siniestralidad laboral, la violencia machista, la pobreza y la incultura de los barrios y pueblos olvidados y empobrecidos de esta tierra. El terreno de cultivo perfecto para las drogas, la violencia y la desvertebración social.
Esos desaparecidos que ahora florecen unidos y como abrazados en los pozos y fosas comunes nos muestran el camino, nos dejan escrito con sangre que la lucha sigue, que el camino de ese mundo mejor posible, como en tantas partes de este inmenso planeta, puede comenzar jurando por el hueso de aquel día en que se hicieron grandes y eternos.
Tu lucha es la mía, la de tod@s. La de la honra a esos huesos, que de algún modo, seguro, encaminan nuestros pasos.
Gracias por caminar, mi hermano.
Gracias por desempolvar nuestros huesos, nuestros recuerdos, nuestros caminos…
Muchas gracias a ti Inma, por ser parte de esa memoria de lucha.