La conocí una noche en la Plaza de San Juan en Telde. Andaba yo con unos amigos dando un garbeo por los bares de la zona, cuando observé una jaula y alguién dentro, con la cabeza tapada por una manta sucia y rota mientras trataba de ocultarse de miradas curiosas, de chicos borrachos que le tiraban colillas encendidas, de la música estridente y de la inmensa soledad de aquel minusculo recinto con barrotes. Era Lulú la chimpancé, la que fue secuestrada en la selva por furtivos después de asesinar a toda su familia, Lulú, la que anduvo varios años en la zona turística del sur de Gran Canaria, en manos de un fotografo enganchado a las drogas, sacándose fotos con los guiris, drogándola cada noche para que no se durmiera en sus brazos. Esa bebé encantadora en manos de alguien sin escrúpulos, hasta que le fue incautada por el SEPRONA que la entregó provisionalmente al Ayuntamiento de Telde, cuyos responsables no dudaron en meterla en una jaula y tenerla muchos años encerrada, hasta que después de una larga lucha que se inició después de nuestro nocturno primer encuentro, logramos liberarla. No fue nada fácil, topamos con alcaldes caciques, con sucios intereses basados en la falta de humanidad y sensibilidad con una hermana evolutiva de los seres humanos. Ahora Lulú pasa sus días en un santuario madrileño de grandes simios en semilibertad, con mucho espacio, tranquila, con otros de su especie y aparentemente feliz saltando y jugando entre plataformas y árboles.
Hay muchos más casos similares al de Lulú, como Lucas un joven y fuerte chimpa que paso algunos años en la misma jaula de Telde, Kiko, liberado de una cueva con barrotes en Ariñez, San Mateo, Guillermo, cautivo en una jaula de 2 x 2 en una casa particular de La Orotava, donde pasó los 12 años de su vida casi sin poder moverse y permanentemente tapado por una lona. Todos ellos ahora son libres o casi libres como Lulú, pero no son más que la punta del iceberg de una realidad penosa que azota a nuestros hermanos de evolución más cercanos.
Los gorilas, chimpancés, bonobos y orangutanes, sufren la peor etapa de su historia, apenas les quedan diez años en el planeta antes de extinguirse y desaparecer para siempre. Nuestros parientes más próximos en la escala evolutiva ya cuentan sus días de estancia en la Tierra, donde de no evitarse solo quedarían algunos ejemplares en zoológicos, laboratorios de experimentación y circos, donde son sistemáticamente torturados y utilizados para fines eminentemente lucrativos.
Purificación González de la Blanca, una gaditana enamorada y defensora de los grandes simios nos cuenta que ellos no pueden expresarse con nuestro lenguaje, porque su laringe no es igual a la nuestra, pero si aprenden a comunicarse con nosotros cuando se les enseña, siempre a través del lenguaje de signos de los sordomudos o el ordenador. De esta forma la gorila Koko pudo contar a una periodista que estaba muy triste porque un coche había atropellado a su gato. Luego se interesó por un vistozo anillo que esa mujer llevaba y le dijo «que era muy bonita su pulsera de dedos» y le explicó que su golosina favorita era el helado de chocolate. Y cuando la periodista le preguntó qué era lo que no le gustaba le repondió que mirarse en el espejo (porque se veía muy fea). La gorila Koko sabe escribir su nombre. Anecdotas increibles como la del chimpancé que se orinó en casa de Jaime Pérez-Llorca, se dirigió a la cocina y apareció con una fregona, con la que limpió su orina.
Nuestros compañeros evolutivos, solo nos separa un cromosoma de los chimpancés, son sometidos a todo tipo de aberraciones y torturas en los laboratorios, donde se les implantán electrodos en el cerebro, se les condena a vivir enjaulados de por vida en zoológicos, explotados y torturados en los circos con animales, donde les arrancan los dientes, les cortan las cuerdas vocales para que no puedan chillar y les someten a adiestramientos a base de maltrato y restricción de comida. Por todo esto ya va siendo hora de que a estos seres tan evolucionados se les reconozca el derecho a la protección de su hábitat, a la supervivencia y a una larga vida digna. Estoy seguro que no son demandas exageradas, que estos seres se merecen de una vez por todas un respeto, el derecho a ser libres, a la libertad individual, a que se prohiba que se les siga torturando. No es mucho pedir, pero marcará un verdadero hito en la historia de la humanidad, como lo marcaron en su día el reconocimiento de los derechos de las mujeres o la abolición de la esclavitud.
El próximo 25 de junio se debatirá una Proposición No de Ley sobre el Proyecto Gran Simio y sus objetivos, presentada por Iniciativa Per Catalunya ante el Parlamento Español. Por lo que ya están apareciendo críticas de la prensa vinculada a la iglesia y a los sectores más reaccionarios de la sociedad española, comentando que lo que se pretende es equiparar los derechos humanos a los de los grandes simios, cuando de lo que se trata es de evitar la extinción y el sufrimiento de estos seres inteligentes y tan cercanos a la especie humana, evitando que perdamos nuestra referencia evolutiva más próxima. Hace tiempo que países como Nueva Zelanda han reconocido en su ordenamiento jurídico los derechos de los grandes simios, por lo que si el Parlamento Español los reconoce será uno de los mayores avances morales de la historia.
Todo ello sea, si se consigue, por Lulú, Lucas, Kiko, Guillermo y otros muchos que no llegan a entender tanta maldad de los seres humanos con los de su especie. Por sus miradas tristes que conmocionan a cualquier persona con un mínimo de sensibilidad, por lo que significa que puedan seguir viajando con nosotros libres en esta nave cósmica llamada Tierra.
La protección del individuo es inalienable a cualquier especie.