En una sociedad donde los programas televisivos del corazón baten récords de audiencia, se escucha a mucha gente en la guagua conversando sobre la última infidelidad de Belén Esteban, los años de cárcel que le puedan caer a Julián Muñoz o los cotilleos más recientes de la bien pagada familia real. Una vorágine orquestada por los medios de comunicación de masas donde se fomenta la cultura del lujo, del escándalo, de la falsedad y la mentira, que moviliza a millones de personas ante las pantallas para observar los exabruptos de esa pandilla de incultos impresentables.
En esta realidad contemplamos como desde la administración pública apenas se generan alternativas a esta basura mediática, observándose una política cultural totalmente alejada de la realidad de nuestro pueblo, elitista y en manos de ciertos políticos más pendientes de llenarse los bolsillos que de entregar al pueblo lo que es suyo y pagan con sus impuestos: La cultura de base, la que hace que se generen procesos participativos en los barrios y pueblos para transformar la realidad, para que cada persona sea protagonista del proceso de cambio de su comunidad, siempre a través del conocimiento como instrumento para revolucionar conciencias.
En los años 70 en Argentina el director de cine, Raymundo Gleyzer, tomó su cámara y viajó a los rincones más pobres de su país a fomentar el cine, a plasmar en documentales la realidad de su pueblo y de toda Latinoamérica, con el objetivo claro de llevar la cultura a lugares donde siempre estuvo vetada, a las clases trabajadoras, a los olvidados, a los nadie. Raymundo fue detenido un 27 de junio del 76 y desaparecido tras sufrir horrendas torturas. Su ejemplo configura el camino a seguir, lo que debe ser la verdadera alternativa a este intento del sistema de adormecer conciencias a través de la televisión, hacernos olvidar por unas horas la hipoteca y los recortes sociales auspiciados por el Fondo Monetario Internacional y la banca.
Es posible una cultura del pueblo y para el pueblo, solo hace falta que nos manifestemos y la exijamos, que rechacemos tanta basura y nos alcemos contra el elitismo cultural boicoteando sus actos en esos palacetes de la incultura construidos con dinero público, para uso y disfrute de los que pueden pagar carísimas entradas, dando la impresión de que les jode que la gente de los barrios pobres pueda asistir a una opera, a un espectáculo de danza o teatro, vetando a nivel económico a la mayoría de la población, la de las zonas más pobres, a la que no le llega nunca nada o casi nada, conformándose con la escala en hi-fi organizada por los entusiastas de la zona o con el castillo hinchable para los niños y la fiesta de la espuma.
No es tan difícil llevar la música clásica, la opera, la danza, el teatro, las artes plásticas, las tradiciones populares a cada rincón de nuestra tierra, solo hace falta voluntad y ganas de no seguir despilfarrando dinero de todos en festivales de música para unos pocos, en macroproyectos y sandeces como la policía autonómica, monumentos en Tindaya y otros presuntos pelotazos.
Hay un montón de gente en esta tierra metida en la cultura: grupos de música, pintores, escultores, poetas, escritores, actores, directores de cine y otros creadores olvidados por una administración pública más preocupada en otros menesteres que en potenciar una cultura que de verdad llegue al pueblo, que recorra cada barrio y cada pueblo en un circuito cultural permanente que remueva conciencias y fomente la verdadera cultura popular, la cultura de todos y todas como instrumento educativo, concientizador y de cambio social.
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