5 diciembre 2023

La deriva del genocidio

Abrazada
a su niña esperaba la ejecución del desahucio, la nevera vacía. Hacía dos días
que Lucía no desayunaba para dejarle la mantequilla caducada y el pan duro a
Valentina, su hija de solo dos años. Afuera se escuchaba el bullicio de los
policías, los agentes judiciales y el cerrajero que destrozaría la puerta para
echarlas a la calle.

“Proceda”,
dijo la jueza con voz solemne y la casa parecía temblar de los golpes en la
doble cerradura, en televisión la vicepresidenta Sáenz de Santamaría hablaba en
la rueda de prensa de los viernes, anunciaba más recortes para cumplir los
objetivos del déficit exigidos por la troika.

La
Puerta se vino abajo con un gran estruendo y entraron los antidisturbios
armados hasta los dientes. Lucía ya estaba colgada por el cuello, muerta y la
niña acurrucada en una esquina abrazada a un peluche de Goofy.

Soraya
sonreía ante los flashes de los fotógrafos. En la vieja casa de Coslada se hizo
el silencio, solo la voz prepotente y soberbia de aquella política sin escrúpulos,
el suelo estaba inundado de la orina de aquella mujer destrozada.

La
niña cabizbaja no se movía, acariciaba la cabecita del muñeco, no miraba a su
madre, había visto todo, Lucía le explicó que aquello era lo mejor en su
desesperación, un policía la fue a tomar de la mano y ella se negó, en su
tierna edad se amotinó en aquella esquina, el antiguo lugar de mágicos juegos,
de caricias, de cariño, del calor que desprende el universo de lo que fue un
hogar feliz.

La
televisión no se callaba, nadie bajó el volumen, nadie la apagó, era una
especie de letanía que presidía aquel ritual siniestro, el del poder más
sanguinario ejercido sobre una humilde mujer y su hija, hablaba el presidente
Rajoy, entonaba una especie de mea culpa sobre el resultado electoral, pero que
millones de españoles lo seguían apoyando con su voto, se vieron imágenes de la
calle Génova, sede del PP, donde un grupo de gerifaltes saltaban como energúmenos
celebrando el nuevo triunfo.

Un
vehículo de la funeraria aparcaba en la puerta, salieron varios hombres con una
camilla para sacar a Lucía, los vecinos miraban por las ventanas, nadie decía
nada, tres policías hablaban de fútbol y de los nombres del posible nuevo
seleccionador de la “La Roja”, de los nuevos fichajes del Real Madrid. El tono
de su voz era normal, no existía un mínimo atisbo de empatía, una frialdad que
daba miedo, la jueza dio la orden de levantar el cadáver de la muchacha,
Valentina seguía acurrucada, con la cabecita pegada a la pared, los agentes
judiciales esperaban que llegara una trabajadora social del Ayuntamiento para
llevársela al centro de menores.

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Desahucio en España (REUTERS)

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