Esta democracia del recorte social y precursora del bienestar de los mercados, fundada en un proceso de transición que olvidó intencionadamente a los que lucharon por la libertad, persigue a los que discrepan y no entran por el aro. Sanciona, desprestigia en la prensa del régimen o detiene a quienes difieren y cuestionan un estado cómplice del genocidio y la invasión de países soberanos, del robo de lo público, de reformas orquestadas por las troicas más siniestras de la banca y la Unión Europea.
Tal como va la cosa llegará un momento en que sea peligroso incluso pensar, analizar la realidad o expresar lo que llevas dentro. Temen a los raperos que revolucionan conciencias, a los poemas, a los blogs comprometidos. Por eso ya no solo se llevan los discos duros cuando detienen, sino hasta los libros al mejor estilo de los esbirros de Pinochet, Videla o Franco.
Aquí cualquiera puede alabar la figura del dictador ferrolano o meter fascistas en sus listas electorales a pesar de sus horribles crímenes y no pasa nada. El silencio judicial y político es generalizado y en muchos casos cómplice. Mientras tanto cientos de miles de familias siguen buscando los huesos de sus muertos ante la indiferencia de la administración pública, de un gobierno más preocupado en hacer bien los deberes de la banca que en rescatar una memoria ensangrentada por el genocidio franquista.
Como bien dijo alguien un día la libertad nació sin dueño y la represión nunca podrá terminar con las ideas libres, las que nacen de voces incorruptibles y honradas para la construcción de un mundo mejor, sin tanta miseria, guerras y hambre. La voz de los olvidados y desahuciados, de las personas sin trabajo y de los pueblos masacrados por la furia del imperio.
Más historias
Aprendices de dragones
Chinches
Memoria de Juan