10 junio 2023

La fiesta de la democracia ensangrentada

El alcalde recibió varias llamadas esa mañana de constructores y millonarios empresarios isleños, su secretaria y la jefa
de prensa no daban abasto, aquellas familias de fusilados por el franquismo,
junto a organizaciones de la izquierda, habían movilizado a una buena cantidad de medios de comunicación en la rueda de prensa, pedían exhumar, hacer pruebas de ADN, sepultura digna, para que más
de ochenta antifascistas, asesinados por el golpe fascista del 36, fueran
exhumados de la fosa común del cementerio municipal.

Esa jornada no resultaba nada agradable para el
presidente de la corporación municipal, la cuarta llamada era de uno de los
mayores donantes de su partido, estaba en los papeles del procesado
contable, había donado más de un millón de euros, que fueron repartidos en
sobres entre varios dirigentes, el mismo había recibido una importante cantidad
en su reciente viaje a Madrid.

Un tal Fuentes y otro apellidado Del Castillo le
increparon nada más coger el teléfono, el poderoso constructor, miembro de la
nobleza nacional, le dijo: “No permitas que esta gentuza de familiares de
fusilados consiga su objetivo, esa fosa no debe abrirse bajo ningún concepto,
ya le pagamos a la jueza y le dictamos su Auto Judicial desde nuestro prestigioso
equipo jurídico, si se abre te va a costar muy caro”. 

El alcalde muy afectado,
preocupado, con el estomago revuelto por el miedo, le prometió al especulador y
corrupto empresario que “ni de coña”, que “ese suelo sagrado mientras yo sea
alcalde no será excavado y aún menos investigado por esos perroflautas, nostálgicos
y rencorosos”.

El empresario del sur de la isla le confesó que su padre había participado directamente  en las torturas y fusilamientos, que «si esos restos fueran estudiados se verían claramente las evidentes
huellas del maltrato, de los tiros en la nuca», que «la opinión pública no debe
enterarse nunca de lo que hay dentro de ese agujero”.

Preocupado el regidor convocó a su Junta de Gobierno, se
reunieron por la vía de urgencia, una de las ediles de muy bajo nivel
intelectual, con la tensión muy alta, casi llorando, le confesó su particular
miedo, que ella misma había bloqueado cualquier homenaje en el distrito que
regentaba, que había tratado de que las calles en tributo a los asesinados aprobadas
por el anterior alcalde no salieran, que retardó todo lo que pudo los rótulos
con los nombres de los fusilados en su concejalía, pero que la presión
mediática de las familias había hecho imposible que no se colocaran en cinco
calles del antiguo municipio.

La reunión se desarrolló con el ambiente muy cargado,
las llamadas no cesaban y el iPhone del alcalde no paraba de sonar, tenía que
ponerse, era gente demasiado importante, los que le iban a pagar la próxima campaña
electoral. Les habló de su «infiltrado» en el tema de la memoria
histórica, que la estrategia era dilatar, que cualquier acuerdo plenario sería
paralizado, que el grupo mayoritario de la oposición ya estaba advertido, que
no harían nada, que también recibían financiación de parte de los mismos constructores, que sería imposible esa exhumación: «Mi hombre se vio ayer
conmigo en la terraza junto a la playa, estoy seguro que esos radicales
izquierdistas no conseguirán su objetivo”.

Al rato dieron por terminada la tensa sesión después
de casi tres horas, no levantaron acta, nada quedó escrito, la jueza en persona
les esperaba en su despacho acompañada de la delegada gubernativa, todo estaba
controlado, la fosa no se abriría: “Puedes estar tranquilo hombre”, dijo su
buena amiga representante del gobierno, se relajaron hablando del acaudalado negocio
de las prospecciones, de las inversiones que llegarían con el nuevo zoológico
marino, del proyecto multinacional africano, los
millones en una ciudad donde “la memoria sobra”, «los muertos son un
problema», “los crímenes del franquismo no pueden enturbiar un tiempo tan provechoso”.

Se fueron a comer juntos al lujoso hotel municipal,
en aquel restaurante de cinco tenedores les esperaba el empresario Fuentes, acompañado del jefe provincial de la guardia civil, una buena comilona regada con vino español, todo
pagado con dinero del ayuntamiento, tomaron licores al final, embriagados, celebraron
que “todo está atado y bien atado”, que “esta democracia no puede jamás verse
truncada por la voces del rencor”, que “la reconciliación entre españoles es evidente” “¿Qué más da que esas familias no puedan recuperar los restos de
sus muertos?”

Entre risas se despidieron, “la normalidad de un país
libre y europeo debe continuar, el pasado ya es historia”, las más de cinco
mil personas asesinadas en Canarias por los franquistas no podían aguar aquella
juerga millonaria, la “fiesta de la democracia”.

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