Calle abajo corría el agua turbia de la tormenta,
María miraba por la pequeña ventana como uno a uno subían a los hombres en el “camión
de la carne”, los falangistas los golpeaban salvajemente, el maestro Rodríguez
la miró un instante con el rostro ensangrentado, nunca olvidó aquellos ojos
marrones, premonitorios de la muerte inminente.
María miraba por la pequeña ventana como uno a uno subían a los hombres en el “camión
de la carne”, los falangistas los golpeaban salvajemente, el maestro Rodríguez
la miró un instante con el rostro ensangrentado, nunca olvidó aquellos ojos
marrones, premonitorios de la muerte inminente.
El empresario tabaquero Eufemiano, el hijo del conde,
el cojo Acosta, que tenía fama de pederasta en el municipio de San Lorenzo,
encabezaban la comitiva del terror, los hombres vestidos de azul con correajes seguían
maltratando a los reos, entre ellos el médico de Juncalillo, Sebastián
Quintana, el maestro anarquista, José Esteban Rodríguez, Tomás Sánchez, Juanono
Cubas y Pantaleón Gutiérrez, sindicalistas y jornaleros de los tomateros del
terrateniente inglés apellidado Bonny.
el cojo Acosta, que tenía fama de pederasta en el municipio de San Lorenzo,
encabezaban la comitiva del terror, los hombres vestidos de azul con correajes seguían
maltratando a los reos, entre ellos el médico de Juncalillo, Sebastián
Quintana, el maestro anarquista, José Esteban Rodríguez, Tomás Sánchez, Juanono
Cubas y Pantaleón Gutiérrez, sindicalistas y jornaleros de los tomateros del
terrateniente inglés apellidado Bonny.
Se los llevaron en la vieja cafetera que inundaba de
humo el pueblo y los chiquillos corrían detrás, esta vez sin celebración, iban
tristes, llorosos, solo despedían a su maestro, a Chano el honrado médico de
los pobres, los niños parecían una guerrilla de luces, sus ojos brillantes
volando como guirres (1) tras la
nave del horror, el maestro sonrió por un instante viendo a sus alumnos, los
saludó con la cabeza, recordó las clases de biología cuando se los llevó a la
Caldera de Bandama para ver la flora termófila, los orígenes volcánicos de
Canarias, allí estaba el pequeño Calderín, Pepito “El Botella”, Suso “La Vaca”,
Juanjo “El Gurié”, los más pequeñitos, Saturnino, el hijo de Juan Carlos
Tejera, arrojado hacía solo unos días a la Sima de Jinámar, todos corrían
detrás del vehículo que dejaba tras de sí una estela de sangre de los golpes de
los esbirros fascistas, los niños no paraban de correr hasta la salida de la
última casa, cuando enfilaron hacia la carretera que iba para Las Palmas,
vieron alejarse muy tristes el camión, los golpes de los fascistas, las risas
de Eufemiano, del cojo Acosta, bromeando con follarse a los niños, a las madres
viudas de los asesinados, bebían ron de caña, era su estimulo para seguir
ordenando golpear, pegar, pisotear cabezas contra el suelo.
humo el pueblo y los chiquillos corrían detrás, esta vez sin celebración, iban
tristes, llorosos, solo despedían a su maestro, a Chano el honrado médico de
los pobres, los niños parecían una guerrilla de luces, sus ojos brillantes
volando como guirres (1) tras la
nave del horror, el maestro sonrió por un instante viendo a sus alumnos, los
saludó con la cabeza, recordó las clases de biología cuando se los llevó a la
Caldera de Bandama para ver la flora termófila, los orígenes volcánicos de
Canarias, allí estaba el pequeño Calderín, Pepito “El Botella”, Suso “La Vaca”,
Juanjo “El Gurié”, los más pequeñitos, Saturnino, el hijo de Juan Carlos
Tejera, arrojado hacía solo unos días a la Sima de Jinámar, todos corrían
detrás del vehículo que dejaba tras de sí una estela de sangre de los golpes de
los esbirros fascistas, los niños no paraban de correr hasta la salida de la
última casa, cuando enfilaron hacia la carretera que iba para Las Palmas,
vieron alejarse muy tristes el camión, los golpes de los fascistas, las risas
de Eufemiano, del cojo Acosta, bromeando con follarse a los niños, a las madres
viudas de los asesinados, bebían ron de caña, era su estimulo para seguir
ordenando golpear, pegar, pisotear cabezas contra el suelo.
Los chiquillos se quedaron parados, desolados,
viendo como se marchaban para siempre, se subieron a una loma rodeada de
cardones (2) y tabaibas (3), el camión parecía ya una especie
de animal mitológico por la carretera de tierra, se perdía por momentos,
llegando a La Laja, casi entrando en la ciudad. Se sentaron cabizbajos, varias águilas
volaban como cuidándolos, las nubes negras anunciaban que la tormenta de
septiembre era inevitable, no decían nada, los pibes miraban al infinito, al
viejo mar, un horizonte tan negro como el destino de aquellos hombres justos y
honrados. Las luces de la noche los hicieron regresar despacito, al golpito,
cada uno para su casa, con un trozo inexplicable de sus corazoncitos, perdido
para siempre en aquel viaje hacia la nada.
viendo como se marchaban para siempre, se subieron a una loma rodeada de
cardones (2) y tabaibas (3), el camión parecía ya una especie
de animal mitológico por la carretera de tierra, se perdía por momentos,
llegando a La Laja, casi entrando en la ciudad. Se sentaron cabizbajos, varias águilas
volaban como cuidándolos, las nubes negras anunciaban que la tormenta de
septiembre era inevitable, no decían nada, los pibes miraban al infinito, al
viejo mar, un horizonte tan negro como el destino de aquellos hombres justos y
honrados. Las luces de la noche los hicieron regresar despacito, al golpito,
cada uno para su casa, con un trozo inexplicable de sus corazoncitos, perdido
para siempre en aquel viaje hacia la nada.
(1) Subespecie canaria del buitre, alimoche europeo, ya extinguido en todas las islas, menos en Fuerteventura.
(2) Euphorbia canariensis, arbusto endémico de Canarias.
(3) Euphorbia balsamifera (Tabaiba dulce) o Euphorbia lamarckii (Tabaiba amarga), dos arbustos perennes endémicos de Canarias.
http://viajandoentrelatormenta.blogspot.com.es/
Escena final de «La lengua de las mariposas» de José Luis Cuerda
Más historias
Canarias: Memoria en fraude de Ley
Aprendices de dragones
Chinches