«Todo está guardado en la memoria,
sueño de la vida y de la historia».
León Gieco (La Memoria)
De niño fuí dándome cuenta de que mi familia era un poco extraña, descubrí como mi abuelo Juan recibía visitas de camaradas que de forma discreta y en voz baja, casi susurros, le contaban las últimas novedades, la situación de los presos, las últimas detenciones. Percibí el miedo en mi abuela, en mi madre, en mi padre cuando hablaban entre ellos de los fusilamientos de San Lorenzo, de como sacaron a mi abuelo Pancho una madrugada a golpes de su humilde casita, una habitación donde dormía con mi abuela y sus cuatro hijos. Relataban en aquellas tranquilas tardes de Tamaraceite, como entraron los falangistas, como mataron de un tiro al perro que estaba atado en la puerta, los gritos, los insultos, el golpe a la cuna de mi tío Braulio de 6 meses que cayó al suelo de cabeza y murió a los pocos días. Contaban como mi abuela Lola no vió más a su compañero, como lo fusilaron junto al alcalde, Juan Machado y otros hermanos de lucha, simplemente por sus ideas, por defender los derechos de los más humildes.
Por todo esto que he vivido no puedo renunciar a mis ideas, saber que mi abuela se quedó casi ciega de tanto llorar, que tras el fusilamiento le quitaron a los hijos, que los caciques del antiguo municipio de San Lorenzo hicieron de las suyas y se vengaron de los que luchaban por los trabajadores, me hace mantener unas ganas inquebrántables de seguir luchando, casi como homenaje a la dignidad, para que nunca nadie nos pueda borrar la esperanza, la memoria que debe ser sueño de la vida y de la historia, para que situaciones tan injustas no vuelvan a repetirse, para que nuestros hijos puedan tener un futuro de libertad, justicia e igualdad.
Ahora en la actualidad tras tantos años miro al pasado sin rencor, pero con la absoluta certeza de que aquellos hombres no murieron por nada, que la sangre derramada en el campo de tiro de La Isleta ha sembrado semillas de libertad, de conciencia por alcanzar un mundo mejor, más justo, solidario y cargado de vida, de dignidad y flores nuevas. Por todos ellos hay gente que sigue luchando como la Asociación por la Memoria Histórica de San Lorenzo, el movimiento vecinal, el Colectivo Ecologista Atamarazayt, son el ejemplo claro de que se ha recogido la antorcha de la lucha contra unos enemigos que siguen siendo los mismos, aunque haya pasado tanto tiempo: los poderosos, los que oprimen ahora con hipotecas impagables, con paro, con corrupción política, con recalificaciones, con modificaciones de planes parciales para seguir construyendo en zonas protegidas. Esos asesinos de la esperanza ya no salen de brigada a desaparecer luchadores por la libertad, ahora se esconden en despachos políticos, medran, trepan, engañan, cohartan, utilizan las armas que les ha facilitado el sistema para seguir machacando a los más debiles, presionando y tratando de amedrentar a los que luchan, vendiendo humo cada cuatro años a las gentes que les votan para que sigan enriqueciéndose y robando.
La ternura nos marca el camino a seguir como la esperanza renace en cada nuevo peldaño hacia un mundo mejor, libre, abierto a la solidaridad con cualquier ser vivo que sufra, que esté triste y desolado por no haber encontrado el camino de la libertad.
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