24 septiembre 2023

La mirada de las águilas

La hurona se quedó atrapada dentro del majano de
piedra. Ignacio Montesdeoca y Juan García, trataron de sacarla removiendo el
escombro. De repente escucharon unos pasos detrás, eran cuatro guardias
civiles, todos de Mogán, bajo el mando del teniente Sedano. Sus metralletas les
apuntaban, los habían identificado en las inmensas montañas de Inagua (1),
habían pasado tres meses desde que lograron escapar del pueblo, la misma noche
que los falangistas tiraron por los acantilados del Anden Verde a todos sus
compañeros atados de pies y manos.

El oficial dio la orden de amarrarlos con la soga de
pitera, desarmarlos, solo un cuchillo canario en la cintura de Juan, una red
para capturar conejos, la escasa alimentación refugiados en el inmenso pinar,
en una cueva con restos de los antiguos indígenas, varios gánigos (2), la momia
de una mujer, los restos de un pasado petrificado, cuando las islas eran
habitadas por un pueblo legendario que también fue masacrado, atacado por otros
hombres armados, ataviados de armaduras, dotados de espadas y cruces.

Tantos años después se repetía la historia con
hombres vestidos de azul, uniformes militares, tricornios, que asesinaban en
todas las islas a más de 5.000 canarios, que acabaron en pocos meses con la
esperanza republicana, la que iba a cambiarlo todo, terminando con la miseria y
el hambre, con el caciquismo ancestral de una oligarquía cipaya extremadamente
cruel y criminal.

Ignacio y Juan sabían que era su final, caminaron
entre golpes e insultos de los guardias, veían la Montaña de Tauro peinada por
las nubes oscuras de la lluvia de septiembre, arriba estaban las tumbas de los
antiguos, el tagoror (3), aquella magia donde los dos habían subido meses antes
con María Rosa y Mercedes, donde pasaron aquella noche de pasión después de
comerse la caja de sardinas saladas, el buen vino de El Monte, el ron de caña.

Las dos compañeras de partido eran también sus parejas, participaban juntos en
las reuniones de Frente Popular en el sur de la isla de Tamarán (4). Celebraron
aquel gran triunfo en las municipales, los avances sociales en tan poco tiempo,
las posibilidades de que todo cambiara, que por fin aquel pueblo pisoteado
fuera libre de la brutal explotación laboral, de la esclavitud, de los abusos
sexuales a las mujeres trabajadoras por unos patronos sin escrúpulos.

Por un momento los dos hombres se miraron cuando
dejaban atrás la montaña mágica, en el preciso instante en que el guardia Zenón
Cabrera, golpeó violentamente la cabeza de Juan con la culata del máuser. La
sangre brotaba como una especie de manantial rojo de su cráneo,
 –Ya lo jodiste Cabrera, le diste muy fuerte a
este hijo de puta, -dijo el cabo Montoya con su acento andaluz.

El muchacho de apenas 22 años tenía los ojos
abiertos, respiraba, vomitaba una bilis oscura, la sangre manchaba el barro del
camino que venía de La Aldea de San Nicolás, Ignacio lo miraba con los ojos
desencajados, hizo un comentario inaudible, en el instante en que el teniente
Sedano le dio un golpe muy fuerte en la cara con la pinga de buey –No mires cabrón,
agacha la puta cabeza hijo de la gran puta, maricón.

Los guardias le tocaron el pecho, el corazón de Juan
ya no latía, los ojos abiertos impactaban, parecían mirar hacia la montaña, un
gesto de rabia pero a la vez relajado, como con una paz desconocida para quien
odia y mata por matar.

El teniente dio la orden de que lo arrojaran por el
cercano acantilado desde donde se divisaba la parte del sur de la isla. Lo
agarraron entre los guardias y en un momento voló hacia el abismo, se escuchó
un golpe seco, varias águilas que salían del risco huyendo de aquella violencia,
volando despavoridas a toda velocidad hacia un destino desconocido.

Ignacio estaba arrodillado viendo como ocultaban el
cuerpo de su amigo, la sangre le brotaba abundantemente de una de sus cejas, el
hilo de pitera le cortaba las muñecas, impedía que la circulación fluyera, por
lo que sus manos estaban negras y muy hinchadas.

–Ahora tenemos que matar
también a este cabrón, no va a haber tiempo de llevarlo al cuartelillo y
sacarle información antes de tirarlo a la Sima de Jinámar (5), -Dijo el
teniente, mientras se limpiaba el sudor de su frente con un pañuelo que tenía
una imagen bordada de la virgen de La Macarena. –Tráiganlo al recoveco del camino,
allí nadie podrá vernos. 

Los guardias civiles lo arrastraron, lo llevaron casi
en volandas al joven de 25 años, lo rodearon y comenzaron a darle patadas,
golpes con las culatas de los fusiles con una violencia desmedida. El teniente
Sedano sentado en una piedra miraba como sus hombres destrozaban la vida del sindicalista
aldeano.

En menos de un minuto Ignacio Montesdeoca estaba
muerto, la ropa destrozada, la cabeza deformada, la sangre que brotaba a borbotones
de cada centímetro de su piel. Zenón Cabrera, el sargento, se reía a
carcajadas, sacó de la mochila una botella de coñac, Sedano dio un grito de
satisfacción. –Brindemos por este hijo de puta señores, esta noche nos follamos
a sus novias en la casa del Conde.

Envolvieron el cuerpo en una manta vieja y lo
echaron por el mismo acantilado donde ya reposaba el cuerpo de Juan García, las
águilas habían vuelto, miraban desconcertadas desde el otro lado del abismo,
aferradas a las ramas del pino canario que presidía el bosque de los sueños.



(1)Los montes de Inagua y Pajonales constituyen uno de
los pinares naturales mejor conservados de Gran Canaria.

(2)El término Gánigo denomina en las Islas Canarias a un
conjunto de pequeños recipientes de arcilla, moldeados a mano y sin torno, que
ya utilizaban los antiguos canarios. Suelen ser vasos de fondo  cónico, generalmente lisos o con decoraciones
muy sencillas.

(3)La palabra Tagoror en bereber significa “recinto
circular de piedras” o “lugar de reunión”. En el lugar , cercano al poblado,
donde se reunían 
los ancianos y dirigentes de la comunidad para tomar
decisiones que afectaban a su pueblo.

(4)Nombre en lengua indígena de la actual isla de Gran
Canaria.

(5)Agujero volcánico ubicado en el municipio de Telde (Gran Canaria), donde fueron arrojados por los
franquistas cientos de canarios tras el golpe estado de 1936. Actualmente símbolo
de la lucha antifascista en las islas.

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Fotograma del documental «Flores Tristes» del director gallego Teo Manuel Abad