8 junio 2023

Laberinto del hambre

Los
contenedores de basura de la calle San Bernardo solían tener más sobras de
alimentos que los del Parque San Telmo. María Jesús apartaba con sus manos las
cientos de cucarachas “volonas” de los restos de la ropa vieja, las papas
arrugadas, el pulpo a la vinagreta.

Al
otro lado de la calle se sentaban las tres niñas, Leticia de cuatro, Guaci de
seis y Yurena de siete años. Acurrucadas esperaban que su madre consiguiera la
cena de aquella noche de julio. La gente bien vestida caminaba hacia Vegueta a
los bares de moda, de tapeo y apariencia, entre ellos Susi identificó al
alcalde de Las Palmas, que la miró con desprecio mientras la mujer tenía el
cuerpo metido hasta la cintura en el nauseabundo bidón de residuos con ruedas.

En
menos de quince minutos llegó la policía local, la amenazaron con detenerla, le
pidieron el DNI, uno de los agentes la llamó “puta guarra”, sus hijas se
abrazaron llorando, la mujer tomó las viejas bolsas de Carrefour, las cuatro
anduvieron a paso lento, cansado hacia la cuesta del barrio del Risco de San
Nicolás.

Las
escaleras desde la calle Primero de Mayo eran tan largas, no se acababan nunca,
parecían subir a un lugar sin nombre, a una especie de lago montañoso,
tenebroso, de nubes negras, borrascosas con olor a humedad y podredumbre.

-Mami
esta noche veremos las estrellas desde la azotea de “Tata”. –Dijo Yure sin casi
poder respirar-

Susi
no respondió, siguió subiendo tambaleándose, hacía tres días que no comía, la
tos no se le iba hacía casi un mes, solo la miró y esbozó una leve sonrisa.

-Ya
queda menos mis niñas, vamos a comer rico.

Entraron
en el laberinto de callejuelas, varios hombres en las esquinas vendiendo droga
que las saludaron con un leve gesto de sus cabezas, un coche de la Policía
Nacional estaba parado más abajo con el motor en marcha hablando con “El
Chapa”, también conocido como “el Poderoso”, el mayor narcotraficante de heroína y crack de esa zona del municipio capitalino, del que todos conocían su
buena relación con los agentes del “orden” establecido.

Llegando
a la vieja casa casi en la cima de la antigua montaña, cerquita del antiguo
muro de piedra que hacía cientos de años sirvió para obstaculizar los ataques
de los piratas e invasores ingleses.

Antes
de entrar en el derruido hogar, en las paredes del callejón, había carteles
electorales de las últimas elecciones generales.

-¿Quién
es esa señora que sonríe mamá? –Dijo la pequeñita Leticia-

-Esa
es una que nació en este barrio y parece que fue alcaldesa o algo así mi niña.
Una que no apoya a los pobres, que todo el mundo dice que se avergüenza de ser de
aquí. -Contestó su madre sin casi poder hablar por la dura subida-

Entraron
en la vieja casa, salio a recibirlas la anciana gata Felisa, maullaba contenta
oliendo las bolsas de comida, era muy flaca y atigrada, dentro se escucharon
unas palabras ininteligibles de la abuela Manuela, encamada hacía siete años
con demencia senil.

Prepararon
la mesa, los platos, los tenedores y cucharas de plástico, se sentaron después
de que Susi alimentara a la viejita. Empezaron a cenar en silencio, la gata
rondaba las piernas de las niñas, las olía, se acariciaba en ellas, ronroneaba
contenta por tener una familia de personitas que la cuidaban, el aire caliente
inundaba la estancia, más abajó se escucharon gritos, la agonía de alguien que
llegaba borracho, quizá con sobredosis en aquella esquina olvidada del mundo.

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En Canarias unx de cada tres niñxs está en situación de malnutrición según Save The Children y Unicef