10 junio 2023

Las manitas sumisas de tus tardes

No puedo parar de escribir, parar de sentir en cada
letra la inmensa serenidad del invierno, ese que llega cada año a la humilde
casa donde vivo, la que construyó mi abuelo Juan piedra a piedra, mientras su
mujer embarazada esperaba recostada en las cuevas la realización de aquel
pequeño sueño, esos instantes felices que añoramos y que miramos cada día, que
se manifiesta en este rincón donde escribo, el cuartito de madera escuchando a
Noel Nicola, las fotos de mis hijas, alguna pintadera, las paredes viejas,
medio desechas del fragor de los años, la misma casa donde se llevaron a mi
gente para matarla los hombres de azul, la higuera sigue viva, siempre callada,
solo violada en su silencio por el viento que atraviesa frío el antiguo valle
de Atamanrasset, donde habitaron en su poblado de cuevas los hombres y mujeres
que vinieron hace más de 3.000 años del norte de África.

Se me hace fácil no poder parar de escribir, no
tengo miedo, el miedo es una trampa, la que nos hacen ver los mediocres seres
sin luz ni vida, que pasan por la tierra solo para hacer el mal, malvivir,
generar dolor en sus semejantes. Las perras observan en la casi oscuridad el
tenebroso aliento de la inminente lluvia, se miran entre ellas, me miran,
buscan refugio en mis pies cuando temen lo desconocido. No saben que el miedo
está inventado por los que buscan asesinar la esperanza, la claridad, la luz
del día feliz que se arrima sin que nos demos cuenta, hasta el momento
inevitable de la muerte.

Por un momento la sombra se incrusta en mi teclado,
respiro profundo, miro hacia fuera, veo los árboles de mi jardín, percibo el
olor de la flores, el canto de los grillos, el canto de los alcaravanes que
sobreviven entre el cemento de las construcciones masivas, miro las letras que
se mezclan y la oscuridad se marcha lenta mirando hacia atrás, esperando que me
atenace de nuevo el temor o la fragancia infinita que te hace volar, nacer,
vivir para siempre en cada silaba, sin que nadie pueda borrarte el rostro, la memoria,
la esperanza fraterna que me da vida y lucha, sentimientos fraternos bajo la
noche de una isla perdida en el misterio del océano.

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