Elvira Bordón y Manuel Espino se abrazaron con la
calefacción a tope en el viejo barrio de Gamla Stan de Estocolmo, las mantas de
lana refugiaban sus cuerpos desnudos, así les gustaba meterse entre sabanas
huyendo de la nieve, de las calles blancas, de la noche imperecedera de aquel
exilio interior, desde cuando huyeron de la ansiada tierra prometida, allá en
entre los riscos de Guayadeque, cerca de Aguimes, donde reposaban en los pozos
los restos de sus camaradas asesinados.
calefacción a tope en el viejo barrio de Gamla Stan de Estocolmo, las mantas de
lana refugiaban sus cuerpos desnudos, así les gustaba meterse entre sabanas
huyendo de la nieve, de las calles blancas, de la noche imperecedera de aquel
exilio interior, desde cuando huyeron de la ansiada tierra prometida, allá en
entre los riscos de Guayadeque, cerca de Aguimes, donde reposaban en los pozos
los restos de sus camaradas asesinados.
Las primas noches llegaban siempre con la luna llena
oculta bajo las nubes de la ciudad del hielo, el recuerdo de su isla amada, el
olor a gofio de los molinos del barranco, el ron de caña, el desvarío de los amantes
por aquellos callejones solitarios, los besos furtivos al compas de la taifa,
el timple, los tambores que anunciaban la llegada del solsticio en el invierno
de la sangre.
oculta bajo las nubes de la ciudad del hielo, el recuerdo de su isla amada, el
olor a gofio de los molinos del barranco, el ron de caña, el desvarío de los amantes
por aquellos callejones solitarios, los besos furtivos al compas de la taifa,
el timple, los tambores que anunciaban la llegada del solsticio en el invierno
de la sangre.
Los amantes se abrazaban en la noche eterna de 1953,
sus besos conjugaban una trova de sueños, los mismos de la esperanza arrebatada,
la que inundó de muerte el archipiélago del miedo, el siguiente genocidio
después del indígena que comenzó aquella madrugada del 36, el instante preciso,
el sonido de los camiones de los escuadrones de la muerte que casa por casa se
llevaban a las mujeres y a los hombres que defendían la democracia, la
libertad, los derechos sociales, la emancipación de la clase trabajadora.
sus besos conjugaban una trova de sueños, los mismos de la esperanza arrebatada,
la que inundó de muerte el archipiélago del miedo, el siguiente genocidio
después del indígena que comenzó aquella madrugada del 36, el instante preciso,
el sonido de los camiones de los escuadrones de la muerte que casa por casa se
llevaban a las mujeres y a los hombres que defendían la democracia, la
libertad, los derechos sociales, la emancipación de la clase trabajadora.
En la ventana se veía caer trémula la nieve y el abeto
centenario que parecía recoger el néctar blanco que llegaba del cielo, una
imagen idílica si no fuera por la tristeza de la evasión, de sentirse en tierra
de nadie, más allá de la muerte, donde la nada atraviesa las entrañas de los corazones
libertarios.
centenario que parecía recoger el néctar blanco que llegaba del cielo, una
imagen idílica si no fuera por la tristeza de la evasión, de sentirse en tierra
de nadie, más allá de la muerte, donde la nada atraviesa las entrañas de los corazones
libertarios.
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Abrazo (Amantes II) (1917) de Schiele
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