5 junio 2023

¡¡Liberad a Tilikum!!

La muerte estos días de una cuidadora de orcas en el zoológico acuático de Sea World en Florida, ha abierto nuevamente el debate sobre la conveniencia de mantener en cautividad a estos gigantescos e inteligentes animales.

Esto mismo sucedió hace pocos meses en el zoológico, Loro Parque, en la isla de Tenerife, donde otro cuidador fue violentamente atacado por una de las orcas cautivas en estas piscinas cloradas. Una noticia que impactó en las primeras páginas de todos los periódicos del estado, pero que luego como por arte de magia desapareció y no se volvió a hablar más del asunto. Ahora la muerte de esta chica en Florida lanza a la palestra un tema que levanta ampollas en los empresarios que se lucran con la explotación animal.

Las orcas (Orcinus orca) son animales comunitarios que existen en el planeta hace millones de años, habiendo constancia de tres grandes grupos en el Pacífico Norte y otros poco estudiados en el Atlántico. Posiblemente existan otros grupos no descubiertos por la ciencia, produciéndose avistamientos de estos mamíferos marinos incluso en aguas de Canarias.

De estos tres grupos conocidos en el Pacífico Norte se sabe que hay uno que vive muy cerca de la costa y se alimenta de peces, otras viven en parejas mar adentro sin apenas hacer ruido y un tercer grupo muy numeroso que reside en alta mar, del que apenas se conoce nada de su comportamiento.

Tilicum la orca que mató a su cuidadora en Florida fue capturada cerca de Islandia por traficantes de animales salvajes, que son los principales suministradores de orcas a los acuarios y zoológicos marinos, utilizando redes, arpones y otras artes de pesca ilegales que generan mucha muerte y desolación entre las comunidades de estos cetáceos. Produciendo daños colaterales gravísimos, como separar parejas unidas de por vida, dejar solos a bebés que mueren irremediablemente abandonados a los pocos días, orcas heridas con daños irreversibles y un largo etcétera de atrocidades que deberían hacer pensar a las personas que pagan por ver estos crueles espectáculos en los orcarios.

Las orcas en libertad tienen su aleta dorsal de más de dos metros permanentemente levantada. En cambio en cautividad siempre la tienen doblada en un gesto de tristeza y depresión constante. Las orcas salvajes nunca atacan a las personas, solo se han registrado agresiones en las piscinas-prisión. Esto queda demostrado en las Islas Crozet, en la Atlántida o en la Península de Valdés, en Argentina, donde las orcas salen del agua para capturar focas, sabiendo distinguir perfectamente la figura humana de la de sus víctimas. Tilikun también tiene su aleta dorsal doblada, la hemos visto en todas las televisiones del mundo aislada y triste en una especie de bañera, donde apenas puede moverse.

La tasa de mortalidad de las orcas en cautividad es muy elevada, con una esperanza de vida de menos de 30 años, mientras en libertad superan los 60-70 años. Padeciendo en su prisión muchas enfermedades, sobre todo neumonías, una enfermedad desconocida en sus congéneres que viven libres en el océano. Además de sufrir estrés, depresión, ataques de ansiedad y enfermedades de la piel y los ojos por el cloro, rechazo a las crías que paren y un maltrato casi permanente por parte de sus «cuidadores», que las obligan a realizar ejercicios antinaturales, utilizando métodos de castigo-premio que las desconciertan y en muchos casos las vuelven locas.

Es imposible recrear en una piscina, por grande que sea, un entorno natural para las orcas al ser animales con una vida comunitaria muy compleja. Hay investigadores que hablan de “culturas” en las distintas comunidades del planeta, “naciones” que «hablan» distintos dialectos, que cazan, se alimentan y relacionan de distinta forma. Por lo que se hace imposible crear grupos estables con orcas capturadas por las mafias del tráfico animal en distintas partes del planeta. Ya que seguramente ni siquiera puedan comunicarse entre sí en esa triste vida de piscinas, cloro, castigos y explotación permanente.

Tilikun sigue aislado y triste en esa bañera de Sea World, quien sabe lo que le pasará por la mente y si es consciente de lo que hizo en ese ataque de rabia. En Tenerife otras orcas viven en esas piscinas esperando a que suene el pitido circense para salir a hacer piruetas y malabarismos antinaturales, bajo los atronadores aplausos y gritos de miles de personas. Todas ellas fueron capturadas de su medio natural o criadas en cautividad, cada una está valorada en millones de dólares y son vendidas, intercambiadas o permutadas por estos zoológicos que viven a costa de la pérdida de libertad de estos animales maravillosos, inteligentes, comunitarios y de los que la especie humana podría aprender mucho si los tratásemos como iguales, como hermanos y habitantes de la Madre Tierra.

Su aleta doblada es como una señal, como una bandera derrotada. Un aviso a navegantes de que no son felices encerradas entre cuatro paredes de agua envenenada, de que las maltratan y que pueden atacarnos en cualquier momento. Nos lanzan ese mensaje sin hablar, para que sepamos que nos estamos saliendo del camino escrito por la naturaleza. Son inteligentes y saben que su tristeza, su sufrimiento, su muerte es el anticipo del principio del fin de la raza humana en el planeta.