2 octubre 2023

Lo más cercano del amor rebelde

Teofilo
Montero, nacido en Tafira, Gran Canaria, llegó herido en un hombro a Paris, pasó
varios días en un hospital, tras escapar por los Pirineos tras la traición del
PCE y las fuerzas aliadas a los guerrilleros de la “Operación Reconquista”.
Nunca
entendió que los dejaran abandonados, que Santiago Carrillo y Dolores Ibarruri a
quienes tanto admiraba, no aceptaran la lucha armada para recuperar la República,
tumbar al fascismo en España, tal como se hizo con las fuerzas nazis en toda
Europa.
Estuvo
escondido en un sótano de la casa familiar de su amiga Teresa Zuriguel durante
seis meses, sabía que aquella buena gente de Fraga se jugaban la vida con su
presencia en la aislada y humilde vivienda, le bajaban la comida siempre a la
misma hora de la noche, no podía hacer ruido, ni siquiera roncar, por lo que
dormía de a ratos siempre atento a no emitir ningún sonido.
Fue intensa
la lucha en Francia contra las tropas de Hitler, vio morir a tantos compañeros,
por eso lucharon, pensaba, combatían también por la República española, para tras
la derrota del fascismo atravesar la frontera y arrasar por los criminales
franquistas, liberar a todos los presos políticos, restaurar la ensangrentada
democracia.
Cuando se
decidió su evasión estaba todavía convaleciente de sus heridas, lo que no le
impedía caminar por los montes como un león herido, no había perdido su potente
condición física, casi un toro, una bestia conmovida, humillada por las
traiciones de su propio partido, andando solo en aquellas montañas perdidas,
refugiándose de día, andando de noche hasta encontrarse con sus camaradas al
otro lado.
Desde que
se recuperó se reunió en un restaurante parisino con dos canarios también en el
exilio, Juan Beltrán de Las Palmas y Antonio Becerra de Lanzarote, tomaron vino
francés y pan caliente con queso del norte, lo primero que les dijo es que iba
a volver a las islas, que se quería organizar en la clandestinidad, que le
dieran contactos para volver con una documentación falsa e incorporarse a la
lucha insurgente.
Los dos
amigos lo miraron asombrados, no entendían que tras tantos años en la
resistencia, que después de la humillación en el Valle de Arán, todavía le
quedaran ganas de seguir luchando, enfrentándose como una hormiguita a todo un
gigante como la cruel dictadura española:
-Hermanos
yo moriré luchando, no puedo permitir que sigan pisoteando y matando de hambre
a mi gente, a la clase trabajadora canaria y española, por eso lo tengo decidido
y me tienen que ayudar a organizar mi regreso- dijo tras la segunda copa de
vino ante los ojos anonadados de Juan y Antonio.
Se despidieron
en la calle mientras caía una fina llovizna, no se vieron más, a los dos meses
supieron que Teofilo había partido hacia Argelia y que según varias fuentes había
llegado a la isla de Tenerife, allí le perdieron la pista, solo supieron que
había sido detenido un año después de su regreso.
En 1982 un
anciano tocaba en la puerta de Teresa Zuriguel, llevaba una boina negra y un
abrigo de lana, la mujer miró sus ojos siempre limpios y brillantes y le dio un
abrazo:
-La
estancia ha sido larga en este sendero de dolor, he vuelto después de sufrir
las traiciones continuadas de quienes un día fueron mis camaradas, nos
engañaron, nos utilizaron a todos para forjar sus intereses, firmando una
Transición pactada para humillar a las víctimas del franquismo, para proteger a
torturadores y criminales- dijo con una voz leve y ronca sentado en el salón
junto a su gran amiga.

Al rato tras una larga charla se
despidió y partió, no dijo donde iba, se fue en silencio, como la noche de su
evasión a Francia, desde el otro lado del jardín levantó el puño, su lento
avance parecía confundirse con el cielo rojo del atardecer.

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Columna de guerrilleros españoles antifascistas