5 diciembre 2023

Los amantes del valle de las viudas

En el perfumado lecho blando y suave de Julia
Fabelo, el miedo a ser detenidos se disipaba, era como entrar en una dimensión
desconocida, un espacio donde solo cabía el amor, la pasión, el olor a dos
cuerpos sudorosos, entregados día y noche al sexo, a los besos y poemas
desesperados.

Se los habían llevado a todos en menos de un mes,
Agaete se quedó sin hombres, solo mujeres viudas, el cura de los tiros en la
nuca, los falangistas, los guardias civiles sevillanos.

Aquella desolación se enredaba y atascaba en la
puerta de la pequeña casita del Valle de San Pedro, bajo los acantilados del
Pinar de Tamadaba, donde las cabras salvajes recorrían libres sus intrincados
vericuetos mágicos.

Abajo dos cuerpo, dos almas sin destino, Demetrio
Calcine, la jovencísima Julia, se amaban sin tregua, sin licencia, conscientes
de que los tiempos de la ternura se habían acabado, que la muerte y la
oscuridad más siniestra invadían aquel pequeño espacio de sonrisa y dulzura.

Cuando llegó la “Brigada del amanecer” a la puerta de
la casa se había celebrado, horas antes, la misa en la vieja ermita, allí
estuvieron los mismos que se los llevaron a la fuerza, entre golpes y
vejaciones, los psicópatas que violaron en el Puerto de las Nieves a la pobre
muchacha, para luego arrastrarlos entre golpes y torturas brutales a la Sima de
Jinámar para arrojarlos al vacío.

El lecho quedó tendido, las sabanas arrugadas,
impregnadas de esa fragancia que siempre resta después del amor desenfrenado,
en el suelo la sangre que fregaba la anciana Frasquita Ruano con los ojos
llenos de lágrimas, la abuelita querida de Julia, la que sabía todo, la que
siempre presintió que se los llevarían, que los asesinarían, que los
desaparecerían como las estrellas más lejanas absorben planetas imposibles.

El “barrio de las viudas” se ha quedado para siempre
en la leyenda, la energía eterna de los amantes sigue regando sus estrechas
callejuelas, la imagen de los hombres atados con las manos atrás con soga de
pitera, los camiones repletos de republicanos conducidos a la muerte.

La ternura sigue soplando en la brisa que baja de
los riscos inmensos, del asentamiento indígena cerquita de El Hornillo, de los
manantiales que estallan entre agua fría y música celestial del invierno.
Están, siempre están presentes los amantes masacrados, se perciben como símbolo
de luz y esperanza, siguen ahí, solo hay que recorrer ese rincón olvidado del
mundo, cerrar los ojos por un instante.

http://viajandoentrelatormenta.blogspot.com.es/

«Los amantes» Acrilico sobre lienzo de Kristodulakis

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