2 octubre 2023

Los juguetes de los sueños

Los chiquillos tenían loco a Carmelo desde semanas
antes de los Reyes, este año lo querían todo de Star Wars, habían ido con su “Tata”
a ver la película que les maravilló, no dejaban de hablar de ella, de jugar a
ser personajes de esa batalla épica. El joven padre no sabía qué hacer para que
pudieran tener regalos, llevaba en paro cuatro años, ya no le quedaba
prestación en la oficina de empleo, solo una tarjeta de crédito de El Corte
Inglés. En los juguetes del banco de alimentos todo era viejo y usado, ya el
año anterior los niños los rechazaron.

Carmelo se fue de mañana al Hipercor de 7 Palmas,
eligió dos artículos para cada niño, los más baratos de la guerra estelar, una
espada azul, varios muñequitos y fue directo a la caja, una cola inmensa de
gente, música navideña por megafonía. Cuando la dependienta pasó la tarjeta
vino rechazada, por varias veces fue devuelta, no había fondos, estaba
bloqueada. El hombre salió sin rumbo a la calle, el mundo se le vino encima,
una tristeza añeja, ancestral, enfilando como un zombi hacia los puentes del
Guiniguada.

Sacó su cartera del bolsillo de atrás, solo algunos
céntimos sueltos, las Visas del Citi Bank, Cofidis, Cetelem, todas sin crédito,
anuladas hacía meses, bajo el agobio de las llamadas acosadoras de estas entidades
usureras protegidas por el régimen español, siempre a cambio de mojarle el beso
a políticos y jueces corruptos, la inmensa mayoría de lo que algunos siguen
llamando pomposamente “marca España”.

Bajo el abismo de Lomo Blanco se veía el inmenso
precipicio, los coches pasaban a toda velocidad, nadie se percataba de la
presencia del hombre asomado en la barandilla, mirando el fondo, la inmensa
altura que lo liberaría del dolor, de las caras desconsoladas de sus hijos
cuando volviera a casa, el acoso constante de la usura, del terrorismo de
estado que la sustenta y estimula. Carmelo miraba, por momentos estuvo a puntos
de lanzarse al vacío, se veía a sí mismo cayendo, el viento en su pelo, el impacto
y la oscuridad definitiva, el final de los problemas, dejar de existir
  para siempre.

No supo bien lo que sucedió en aquellos minutos, quizá
horas, sin noción, de repente se vio sentado en un bordillo de la Universidad,
cerca de Tafira, junto a la carretera del centro de Gran Canaria. El inmenso
amor por los chiquillos le hizo desistir de quitarse la vida ¿Qué sería de
ellos? –pensó- ¿Qué sucedería si de repente todo el tiempo volviera atrás como
una moviola de la vida?

Caminando lento se encaminó hacia el centro
comercial, llenó el carro de la compra de comida y juguetes, atravesó el
pasillo de la caja, avanzó ante la miradas atónitas de la gente, los guardias
de seguridad lo detuvieron, lo agarraron y lo redujeron en el suelo, los
clientes y trabajadoras miraban, nadie se acercaba, murmuraban ante la novedad
de aquel pecluliar “ladrón”, el no se resistía. –Es para mis niños, no soy un delincuente, solo quiero mis niños tengan juguetes y comida caliente este día de Reyes,
-repetía hasta que llegó la policía y se lo llevó de tenido- 

En la comisaría le
tomaron declaración, lo dejaron salir con cargos, robar juguetes y alimentos para
sus hijos, para que la sonrisa de unos niños brillara por unos instantes en la oscuridad de un
pueblo destruido.

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