25 septiembre 2023

Lucero de lluvia y angelitos

Los tres
hermanitos miraban desde el pequeño patio al lucero que aparecía sobre la
montaña de San Gregorio, Lorenzo, Paco y Diego, sentían una inmensa curiosidad
en su corta vida por aquella luz que se encendía cada noche, la que su padre Pancho
González les había dicho que si en noviembre aparecía a la izquierda de el
morro ese invierno llovería mucho.

Braulio
estaba en su cunita construida con dos cajas de tomates atadas con soga, Lola
García, su madre, lo tenía en alto para evitar que alguna rata lo mordiera o
devorara, además esa altura servía para columpiar su cuerpecito de apenas tres
meses.

Sus
hermanos afuera escuchaban los ruiditos que emitía su boquita, solía mirar al
techo, dejaba fija su mirada como si algún ser invisible lo observara, se reía
a veces, había muecas risueñas, alzaba las manitas como para tocar algo, como
si “el angelito” como decía la tía Rosa le estuviera haciendo muecas y
regañizas.

Aquella
noche cuando apenas quedaban horas para que fuera tres de noviembre la estrella
apareció brillante, al otro lado la media luna parecía combatir las nubes
negras cargadas de lluvia:

-Miren,
miren, mirénesta a la izquierda, está a la izquierda, va a llover este invierno
mucho, mucho, mucho- grito Diegito con los ojos limpios.

Los tres
sentaditos en unos escalones miraban alucinados y un perrito pequeño, un
cachorro de podenco de su padre les mordisqueaba y lamía sus pies descalzos.

Les gustaba
mucho ese juego, se maravillaban con las estrellas porque su padre les hablaba
mucho de las constelaciones, del origen de la vida, de las formas de animales
que tenían: la osa mayor, la osa menor, la del león, la del águila que devoraba
las serpientes malas, la de las mil galaxias, aquella que solo aparecía en el Día
de Reyes.

-Pero papá
no esta tampoco para acompañarnos esta noche, sigue metido en ese lugar rodeado
de alambradas, estaba muy flaco y triste la última vez- dijo Paco, a lo que
Diego el mayor, con once años, lo tranquilizó acariciándoles el pelo.

Dentro se
escuchó a Braulio reír a carcajadas:

-Son los ángeles,
son los angelitos- dijo Lorenzo, han vuelto de nuevo, entran por la ventanita
de arriba y vienen a cuidar de Braulito.

Paco y
Diego sonrieron y siguieron mirando el lucero con los ojos muy abiertos, la
montaña parecía iluminarse cuando la luna pareció llegar a la altura de la
cardonera, los murciélagos parecían aviones de combate que arrullaban el viento
persiguiendo los mosquitos.

Los
estanques de San Lorenzo comenzaron a brillar y la luna se reflejaba en el agua
limpia, parecía que la magia envolvía de sensaciones y olores el instante de
magia.

Los tres
niños sentados, el perrito canelo y blanco jugando, alguna lechuza blanca que pasaba en
silencio, no se le escuchaba, solo se le veía si tenías la suerte de elevar la
vista al cielo en ese preciso momento.

Afuera dos
falangistas de Tamaraceite marcaban la puerta de la casa con pintura roja, los niños no se
enteraron, la noche no se enteró, el lucero siguió su viaje por los confines
celestiales.

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Lorenzo, Diego y Paco tras el fusilamiento 
de su padre Francisco González Santana