10 junio 2023

“Deja que el Gamín te tumbe un poco de lo que traes
esa es la única forma que tienen para ganar…”
León Gieco, Bajo el sol de Bogotá

Cuando el desaliento toca a tu puerta parece como si ya no tuvieras fuerzas para seguir luchando, las tardes pueden ser frías en verano y la noche enmudece cuando sale la primera estrella. En esa tónica de dolor se puede vivir sin esperanza, pero los niños son niños en cualquier lugar, son lucecitas que navegan en cualquier calle del mundo: en Bogotá, en Sao Paulo, en Calcuta, en Manila, en Larache. Niños sin esperanza que respirando pegamento calman su hambre de comida y de sueños, viviendo en cajas de cartón, en alcantarillas, en casas abandonadas o en cualquier espacio lúgubre donde poder dormir sin que escuadrones de la muerte o policías acaben con sus vidas.

Los gamines, como los llaman en Colombia o los meninos da rúa en Brasil, cien millones de niños sin hogar o niños de la calle en todo el planeta, son el fiel reflejo de una sociedad capitalista enferma y sin compasión con los más empobrecidos de la Tierra. Los desheredados que nada tienen y que solo pueden ofrecernos alguna mirada triste o un afán por salir de ese pozo sin fondo de la pobreza extrema. Una situación generada por diversas causas, pero sobre todo por el ímpetu depredador de una sociedad consumista, muy cruel con los sectores más desfavorecidos, incapaz por falta de voluntad política de solucionar esta grave problemática social que avergüenza al mundo, que nos tira por tierra cualquier esperanza de que la especie humana esté avanzando hacia la concordia y la fraternidad universal.

Estos niños y niñas son explotados sexualmente, ofrecidos a turistas por un par de dólares, utilizados por mafias organizadas para recaudar dinero a través de la mendicidad o llenándose el estomago de gasolina para echar fuego por la boca en cualquier semáforo a cambio de unas monedas. No conocen las escuelas y están condenados a sufrir una drogadicción de por vida, pasando del pegamento fácilmente a la heroína, al crack y a otras drogas introducidas por los gobiernos para alienar a los sectores populares de muchos países empobrecidos, con la idea de restar posibles combatientes revolucionarios entre la gente más joven de los barrios y pueblos más humildes. Una estrategia que ya se utilizó en Canarias en los años 70, 80 con muy buenos resultados para narcos y no tan narcos, funcionarios del terror refugiados en cualquier oscura oficina institucional.

Queda claro que en esta sociedad capitalista hay gente que “sobra”, que no interesa, son “los nadie”, los que nadie quiere y que solo sirven a este sistema como parte de ese inmenso ejercito de desocupados, para cubrir un mercado laboral en manos de empresarios especuladores y políticos ladrones. Todo un panorama desalentador que hace necesaria toda una revolución social y cultural, que transforme una realidad absolutamente injusta y que fuerce a estamentos tan inútiles como Naciones Unidas a tomar medidas urgentes y radicales, que obliguen a países que viven esta problemática, entre ellos España con los menores inmigrantes, a fomentar medidas que los saquen de la calle, canalizando programas educativos y planes solidarios de acogida o adopción efectivos, que den un futuro digno a este ejercito desarmado de niños y niñas sin esperanza, para lograr que el mundo sea un poquito mejor, al menos sin niños tristes que aunque den las diez no pueden volver a casa.