10 junio 2023

Reminiscencia de la noche más terrible

A
pesar de la avanzada demencia senil, Gilberto Acosta se
acordaba
del pasado remoto, no olvidaba aquella noche de
octubre de 1936, cuando un grupo de fascistas de Falange y Acción
Ciudadana entraron a la fuerza en su casa del barrio de Guanarteme.

María
Elena Rosales, la enfermera de la clínica junto a la playa de La Garita en
Telde, lo atendía cada día, le gustaba la tranquilidad que
transmitía en los paseos por el jardín y el paseo marítimo. Cuando
hablaba del presente decía todo tipo de incoherencias, no conocía a
nadie, ni siquiera a su nieta Famara que venía a verlo los sábados
por la tarde.

Allí
se quedaban los dos sentados mirando por la ventana la llegada del
atardecer, ella casi nunca le hablaba, pensaba que no la entendía,
pero el viejo se alegraba de que aunque no la conociera aquella joven
lo visitara, un rostro bello, la fragancia de la juventud que todavía
tenía guardada en algún lugar de su confundido cerebro, la muchacha
le agarraba la mano, le acariciaba los dedos y en algunos momentos
contaba su historia, siempre la misma, hasta el mínimo detalle, lo
que según don Juan Florido. el neurólogo, demostraba que todo había
sucedido exactamente como lo relataba:

-Mi
niña ya mamá nos había acostado, dormíamos mi hermanito Gerardo y
yo en la misma cama, las niñas Eloísa y Berta en la habitación
junto a la puerta que daba a la Playa de Las Canteras, estaba todo
tranquilito, allí casi no había ruido, solo se escuchaban las olas
y el canto de las pardelas, hasta que llegaron aquellos hombres dando
golpes en la puerta, gritando el nombre de mi padre- decía el
anciano mirando al horizonte, Famara lo escuchaba con atención, con
respeto, no le importaba, incluso le gustaba haber escuchado la misma
historia decenas de veces:

-Primero
golpearon a mi padre con una fuerte patada en su pecho, lo tiraron al
suelo y le siguieron pegando como fieras salvajes, mi madre salió a
pedir explicaciones y uno de los falangistas muy gordo y calvo, que
trabajaba en la factoría Lloret, la agarró por detrás y le rompió
el camisón dejando sus pechos al aire, aquellos asesinos reían y la
metieron en el cuarto de las niñas, haciendo cola para violarlas,
solo se escuchaban los gritos de las niñas, mi madre rogando por la
Virgen María que las dejaran, que las dejaran por favor, que no
tenían más de doce años, que la violaran solo a ella, pero la
respuesta de los hombres eran risas y burlas, formando una fila en la
entrada del cuarto, casi veinte tipos vestidos de azul, cuatro
guardias civiles y dos guardias de asalto pasándose de mano en mano
varias botellas de ron aldeano- dijo Gilberto y se quedó en
silencio, dejó de hablar unos instantes, Famara le dio un poco de
agua con un vaso de cristal, la miró a los ojos y los tenía
repletos de lágrimas:

-Mi
padre ya no se sabía dónde estaba, lo sacaron atado con las manos a
la espalda hacia un camión que estaba parado junto a una duna de
arena, por la ventana vimos Gerardillo y yo como lo subían entre
golpes, había muchos más hombres dentro, todos amarrados, con las
ropas llenas de sangre y muchas heridas en su cara, brazos y piernas,
nosotros no podíamos salir de la cama, dos falangistas nos
vigilaban, parecían borrachos, porque no paraban de reírse de los
gritos de mis hermanas y mi madre, eran alaridos de dolor, la niñas
chillaban y aquellos fascistas criminales las insultaban, a mi
madre ya no se la escuchaba, al rato vimos que la sacaban de la casa
hacia la playa entre dos falanges y parecía estar inconsciente, se
fueron hacia el norte con ella, ya nunca más la volvimos a ver-
exclamó limpiándose la boca con un pañuelo blanco sin dejar de
mirar al mar.

Ese
día no habló más, no contó como se lo llevaron junto a su hermano
a la Casa del Niño en el barrio de San José, tampoco dijo nada del
día en que los separaron, porque según le dijo sor Amparo, Luisito
ahora tenía una nueva familia en Tenerife.

La
muchacha lo abrazó unos segundos, Gilberto le dio unas palmaditas en
la espalda con mucho cariño y le dijo al oído algo que nunca le había dicho:

-A
mi me queda poquito en esta tierra pero nunca olvides lo que nos pasó
a tu familia, no olvides, no perdones, porque si lo haces estarás
perdida-

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«Colgado», pintura de Anhelo Hernández Ríos (Uruguay)