Y
aquella mujer se le aparecía con distintas caras, unas veces parecía una
heredera originaria de mediana edad, otras alguien muy mayor aunque solo
tuviera 30 años, a veces una niña entre la penumbra de las sabanas, la luz
tenue de la noche, los rayos de la luna que se colaban por las grietas de las
viejas persianas de madera.
aquella mujer se le aparecía con distintas caras, unas veces parecía una
heredera originaria de mediana edad, otras alguien muy mayor aunque solo
tuviera 30 años, a veces una niña entre la penumbra de las sabanas, la luz
tenue de la noche, los rayos de la luna que se colaban por las grietas de las
viejas persianas de madera.
En
otros momentos mientras la amaba cambiaba el rostro, brillaba o parecía tan
triste y desvalida como las muertas desperdigadas en la ladera del horror
antiguo, del genocidio ancestral.
De
repente cuando todo se tornaba irremediablemente triste resurgía del fondo de
sus ojos un brillo de luz, una sonrisa que parecía iluminar la interminable
noche del fuego y la semilla.
otros momentos mientras la amaba cambiaba el rostro, brillaba o parecía tan
triste y desvalida como las muertas desperdigadas en la ladera del horror
antiguo, del genocidio ancestral.
De
repente cuando todo se tornaba irremediablemente triste resurgía del fondo de
sus ojos un brillo de luz, una sonrisa que parecía iluminar la interminable
noche del fuego y la semilla.
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Jorge Ignacio Nazabal, Pintor de La Habana Cuba
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