Rostros resignados en la cola del paro convencidos de que eso es lo normal, que nadie puede cambiar ese destino, sintiéndose culpables de no tener trabajo. Caras tristes revolviendo en la basura de las grandes superficies buscando comida caducada. Otros rostros que se agarran al bastón de mando cual arma de castigo y fustigamiento de pieles humildes, morenas, cuarteadas del trabajo, encallecidas de injusticias. Sonrisas asquerosas, soberbias, cuando ganan de nuevo las elecciones, ojos repletos de codicia y rencor, opíparos rostros satisfechos con el gran sueldo que se autoingresan en sus cuentas, con las corruptelas junto a sus amigos constructores y las prebendas ante un pueblo absorto, ignorante, humillado y sin salida.
Caras sudadas y maquilladas de ricos, de señoronas burguesas que gobiernan con sus rostros prepotentes, millonarios que contemplan a su tropa esclavizada desde sus balcones con rostros de alegría. Millones de rostros inmóviles ante el robo y el escarnio de todo lo público, de lo que conseguimos a sangre y fuego en cientos de años de lucha contra la explotación de la clase trabajadora. Derechos perdidos para beneficio de ladrones y vampiros bancarios.
Rostros iluminados, armados en cualquier selva del mundo, mujeres y hombres guerrilleros en el Sahara ocupado. Sonrisas alzadas en la resistencia iraquí, en la Palestina asesinada, en la Venezuela Bolivariana, en la Euskal Herria torturada, en la Chiapas maltratada, en las Canarias colonizadas, en la nueva Sierra Maestra levantada en armas contra la desesperanza. Rostros puros, limpios ilusionados en las plazas acampadas, en los hoteles y casas okupadas por quienes nos marcan el camino de la libertad, de la esperanza de los pueblos libres de la madre tierra.
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