1 octubre 2023

Segunda ausencia

La niña estaba tan lejos que casi no sentía su dulce
ternura infantil. La seguía amando, ese amor que solo puede notar quien
engendra semillitas de luz, la inversión en la nada del aire fresco de mayo.
Sabía que su corazón ya estaba agotado de latir, la sensación de que la vida se
le iba, que los años felices no volverían nunca más. Era consciente de todo, y
aún así no renunciaba a seguir mirando al cielo, absorto contemplaba como las
nubes cargadas de lluvia volaban lentas hacia el norte, hacia ella.

Mientras reposaba en la cama mirando al vacío se
le salió una lágrima por el ojo derecho, un diminuto riachuelo incontrolado, cálido, que
cosquilleaba su rostro hasta fundirse en la almohada, no pensó porqué lloraba,
solo dejo que el llanto una noche más lo acompañara, solo en la semioscuridad
de la humilde estancia, esperando que lo imposible se hiciera realidad, que se escuchara el amanecer florido, que la primavera trajera la buena nueva, voces y risas
felices, una proyección a los tiempos de la esperanza, de viajes tan largos
como largo es el mundo, la tierra inapelable, la fragancia de la felicidad la que
nos hace sentir que estamos vivos, que quizá nunca llegué el momento de la
muerte, esa muerte diáfana, pequeñita, como el ladrido lejano de los perros invisibles. Ese final que quizá ya había llegado hacía tiempo y no lo sabía, aunque siguiera sufriendo la desazón de la ausencia.

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