2 octubre 2023

Semillitas de infinito

Ginés Martín, el preso de Lanzarote, tenía claro que
no saldría vivo del campo de exterminio de Gando, esa misma mañana se había
enterado del asesinato a palos de su amigo, su compañero desde la infancia, el
periodista y paisano de la isla conejera, el conocido periodista republicano Manuel
Fernández.

No se podía creer que por escribir pudieran matar a
alguien, pensó en las obras de teatro que habían montado juntos de Federico
García Lorca, las que también le podían costar su sentencia de muerte, o quizá
por ser maestro republicano en Arrecife y Teguise, haberle dado una formación
libertaria a los chiquillos más humildes y empobrecidos de la ahora
ensangrentada isla de los volcanes.

El patio del campo eran un reguero de sangre por las
palizas de los falangistas a sus camaradas, a la mínima te inflaban a palos, pensaba,
solo por mirarlos, por no picar la piedra en los trabajos forzados con
suficiente energía, recordaba especialmente al “Cabo de vara” y traidor, al que
todos conocía por “Doreste”, uno de los más violentos cuando los golpeaba, fue
quien la partió la clavícula mientras cavaba una fosa para enterrar a varios reclusos,
casi unos niños, que habían fallecido de tifus, tuberculosis e inanición por la
falta de alimentos.

No había medicinas, no los atendía ningún médico ni
sanitario si enfermaban, los dejaban morir lentamente en aquellos barracones
repletos de piojos, chinches, cucarachas enormes y ratas de cloaca, la comida
era un caldo acuoso recalentado con restos de verdura y fregadura flotando en
la superficie, otros días comían solo pan duro y agua.

En aquel espacio del horror era muy difícil escapar
de las constantes palizas, de las torturas y violaciones de los esbirros
fascistas, nada tenía sentido, solo sobrevivir como cada uno pudiera, tratando
de buscar la humanidad en la empatía con el resto de cautivos, asistir a la
clases del Doctor Manuel Monasterio o del artista y pintor, Felo Monzón, que
enseñaban matemáticas, alfabetización, historia de la humanidad en los escasos
momentos libres.

A las pocas semanas que mataron a su amigo Manuel,
vino un coche negro con varios falangistas y el teniente Lázaro del cuartel de
artillería de La Isleta, atravesaron la carretera de tierra hacia el antiguo
lazareto, ahora reconvertido en recinto de muerte. Aparcaron el vehículo en la
explanada desde donde se divisaba la playa y preguntaron quien era Ginés el de
Lanzarote.

Lo encerraron en uno de los cuartos pequeños, alejado
de los barracones, donde los médicos antiguamente atendían a los leprosos, en
aquellos momentos reconvertido en recinto de interrogatorio, lo colgaron por
las piernas con una cadena que le cortaba los tobillos y comenzaron a
preguntarle por su relación con el periodista asesinado, ya enterrado en la
fosa común del cementerio de Las Palmas, junto a cientos de compañeros
fusilados o directamente ejecutados con un tiro en la nuca.

Violentamente lo azotaban con varas de acebuche y una pinga de
buey que portaba un señor mayor que no había visto nunca, llevaba un cachorro
(sombrero) en la cabeza y en el cinto un naife (cuchillo canario), con el que
aprovechaba en algún momento del interrogatorio para pincharle los testículos o
introducírselo en el ano, aquellos azotes le desgarraban la piel y la sangre la
corría por todo el cuerpo, creando un inmenso charco rojo bajo su cabeza.

Llegó un momento que las preguntas no podía
contestarlas, era todo demasiado incoherente, todo se le mezclaba en la mente,
solo le venían recuerdos dulces de niño jugando en la Playa de Famara, las
excursiones clandestinas con las muchachas del sindicato a la Cueva de los
Verdes, el sabor del queso del sur de la isla, el vino de los viñedos plantados
en medio de los volcanes, las viejas leyendas de los aparecidos en aquella
playa que las viudas esperaban en las oscuras noches, con la esperanza de
recuperar aquellos amores perdidos para siempre.

Uno de los torturadores le tomó el pulso y pidió que
lo bajaran.

-Este está medio muerto, mejor sacarlo ya en el
camión de Eufemiano pa la Sima de Jinámar, que al menos vea como lo tiramos y
sufra hasta el último momento.

Le echaron por encima de su cuerpo desnudo y tirado
en el suelo varios cubos de agua, lo que le hizo despertar un poco de la
agonía, lo engrilletaron con las manos a la espalda y lo metieron en un camión
repleto de hombres sentados en el suelo, también con claras muestras de
maltrato.

Ginés no llegó vivo a la chimenea volcánica, estaba
demasiado débil, el falangista Julián Manrique de Lara mandó parar el camión
cuando comenzaba la subida a la Sima, lo sacaron entre dos requetés muy jóvenes
y lo dejaron al borde del camino.

-Cuando tiremos a estos hijos de puta y bajemos a
este lo tiramos en el pozo de Los Ascanio que está muy cerca de aquí. –Dijo con
sorna el capitán Del Castillo-

Su cuerpo desnutrido quedó al borde del camino,
parecía un perro atropellado, raquítico semidesnudo, en ese preciso instante y
cuando el vehículo ya se había alejado abrió los ojos, todavía estaba vivo, el
cielo de octubre del 36 estaba limpio, repleto de estrellas y constelaciones,
vio varios meteoritos desintegrarse al entrar en la atmósfera de la Tierra, parecían
semillitas de luz que venían del infinito. Se acurrucó, tenía mucho frío,
cuando llegaron para arrojarlo al pozo de El Maipez ya estaba muerto.

http://viajandoentrelatormenta.blogspot.com.es

Fuente de la imagen: «Los peores métodos de tortura de la historia» (Taringa)