25 septiembre 2023

Tamadaba resiste

Sintiendo la paz de Tamadaba se vislumbra el mundo desde otra perspectiva. Todo parece lejano cuando contemplas el inmenso mar desde los Riscos del Fin del Mundo, el rostro gigante de Faneque mirando al Teide como añorando aquellos tiempos de rituales mágicos en las piedras de su tagoror infinito. Algo especial vive en este pinar de Gran Canaria, no se sabe bien lo que es pero te acoge y te recibe entre la brisa fresca y una tierra que regala una energía tan noble como la propia madre naturaleza.

Por momentos esa plenitud natural te recuerda a otros lugares del planeta desde los Andes al Himalaya, la morfología perfecta de la pinocha, las jaras y un cielo rojo en cada puesta de sol cuando el día llega al final y se presiente esa noche de estrellas, como si el tiempo se hubiera detenido y todas las cosas malas desaparecieran enterrando la tristeza y las injusticias.

Tamadaba sigue acosada por el mal llamado progreso y unos políticos sin dignidad ni vergüenza. Resiste el embate de proyectos megalómanos desde el silencio de las gotas de rocío entre la hierba, se confiesa con el viento del norte mientras las excavadoras socavan sus entrañas para llenar bolsillos de especuladores, se deja penetrar sin decir nada y espera la llegada del invierno más terrible, aquel que inunda las playas de las islas de hoteles y destruye las montañas vírgenes de una isla acosada por la codicia desmedida de unos pocos.

Nos sentamos en ese lugar tan especial desde donde se divisa el inmenso Atlántico y se escuchaban las detonaciones de la dinamita que asustaba a unas aves que volaban despavoridas. En ese momento no supimos que decir y solo nos mantuvo la esperanza de un paisaje que ha estado ahí desde antes de existir la especie humana, cuando la madre tierra no corría peligro de sufrir su mayor hecatombe y los volcanes submarinos hacían aflorar cada isla de las profundidades oceánicas.

Percibimos cuando el sol se ocultó la presencia de aquel pueblo que vino del norte de África hace más de 2000 años, notamos toda su tristeza, la desesperación de verse perseguidos, expropiados y esclavizados por los caballeros de la siniestra cruz y la brutal espada que acabaron con lo más elemental de su universo. Pueblos libres que habitaron Tamadaba, que bajaban a Faneque para disfrutar del solsticio y encontrarse con los espíritus de sus antepasados.

En el silencio de la noche sentimos que de nuevo la avaricia desmedida campa por los rincones de este entorno universal, que la fragancia pura del pinar ahora huele al gasoil de los tractores y camiones, que al igual que la Amazonia Tamadaba corre un grave peligro de ser destruida por aquellos que solo los mueve la ambición y el dinero.

Esa paz nocturna y frágil nos trajo la segura convicción de que toda esa magia está impregnada de la energía fraterna que envuelve este planeta azul, la resistencia pasiva de los árboles milenarios ante el asfalto y el hormigón asesino.

Todavía queda esperanza.

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