Cuando Davi Kopenawa llegó al Roque Bentayga sintió la necesidad de aislarse, de quedarse solo entre la inmensidad de las cuevas. Al rato quienes lo acompañábamos le vimos llorando en silencio sentado en una roca. Al preguntarle nos dijo que estaba muy triste por el pueblo que habitó aquel lugar, hoy yacimiento arqueológico. Nos comentó que captaba un inmenso sufrimiento entre aquellas piedras antiguas, el mismo que ahora sentía su pueblo allá en la selva. Llantos de niños y mujeres, ancianos invocando a su dios de la naturaleza, hombres ensangrentados, heridos por armas más avanzadas que los palos y las piedras con los que se defendían.
Aquel chamán Yanomami de visita en nuestras islas, percibió el mensaje del aire frío de la cumbre, quizá a los espíritus de los antepasados de un pueblo masacrado, esclavizado y expulsado de sus cuevas y casas de piedra, encadenado por los llamados conquistadores de espadas y cruces manchadas de sangre, la antesala de lo que luego fue el genocidio indígena del continente americano.
Ahora Davi Kopenawa (avispón en lengua yanomamö), nos lanza un nuevo mensaje desde lo más profundo de la selva amazónica, desde el Watokiri, un lugar al que ellos llaman “montaña del viento”. Nos dice que la selva siempre ha sido el hogar de su pueblo, los Yanomami, que pertenecen a ella, que conocen sus arroyos y los rápidos, las sendas de los pecaríes y las distintas estaciones del pejibaye. Conocen la canción del amanecer del paujil y la llamada del chotacabras al anochecer. Ellos son gente de la selva.
Este defensor de la Madre Tierra, Premio Nobel Alternativo en 1989 y Premio Fray Bartolomé de las Casas en 2008, nos habla en su carta desesperada que los Yanomami ya vivían en paz con la selva y que sin embargo, en los barcos que trajeron a los europeos a través de las aguas hace 500 años viajaba también la destrucción.
Cuando Davi era joven los buscadores de oro invadieron sus tierras. Destruyeron las comunidades y contaminaron sus ríos. Una quinta parte de su pueblo murió a causa de las shawara (epidemias) que su pueblo no conocía hasta ese momento. Fue entonces cuando en un sueño chamánico se vio rodeado de avispones, que le incitaban a luchar contra la invasión de sus territorios sagrados.
Toda esta locura sanguinaria se logró parar gracias a la lucha heroica de Davi y todo su pueblo. Viéndose el gobierno de Brasil fuertemente presionado por una campaña de carácter planetario, encabezada por la organización Survival International, que le llevó a ceder a los propósitos indígenas, prohibiendo terminantemente la entrada de buscadores de oro a sus tierras ancestrales.
Pero ahora la historia se repite. Los mineros están volviendo con el beneplácito del gobierno del presidente Lula Da Silva. Un mandatario admirado por los gobernantes capitalistas por su “flexibilidad” y “escaso radicalismo”. Dos palabras clave para ser aceptado por la comunidad internacional neoliberal. Un moderado que parecía comerse el mundo cuando ganó las elecciones, y que ahora le esta haciendo el juego a unas multinacionales que están acabando con el pulmón del planeta, la inmensa y viva selva amazónica.
Los enemigos de la foresta, los que solo piensan en aumentar sus cuentas corrientes y sus amigos los políticos del neoliberalismo están detrás de este atentado ecológico y étnico. Se juntan para cenas fastuosas en sus encuentros del G8 y sus aliados, para calibrar la próxima estrategia devastadora a costa siempre de los más empobrecidos. Nos bajan sueldos, nos quitan pensiones, privatizan lo público y machacan al obrero,siempre para beneficio de la poderosa banca en manos de satanes enchaquetados, con las narices siempre goteando el moco de las drogas que los mantienen despiertos.
Estos elementos meten súper tractores que arrasan selvas enteras, asesinan millones de animales y acaban con el universo mágico y ancestral de cientos de miles de indígenas en todo el planeta.
Mi hermano Davi Kopenawa, una noche hablaba con el océano en la Playa de La Laja, era solsticio de verano. Le decía en su lengua lo lejos que estaba de su selva, pero lo cerca que se sentía al estar acompañado por el inmenso Atlántico y toda la vida que alberga. Solo y sentado en la oscuridad tuvo un diálogo de horas con ese bravo mar, mientras a lo lejos se divisaban las hogueras de San Juan, en una velada de despedida antes de partir de nuevo hacia su Amazonia querida
Los Yanomami llaman urihi (nuestra tierra, nuestra selva…)a ese inmenso lugar. Saben que está viva y que le queda una prolongada existencia, mucho más que a los seres humanos. Saben que gracias a maxitari (el aliento del espíritu de la tierra) la selva se hace bella, la lluvia la impregna y siempre hay viento. Respira, aunque no lo notemos y está tomando nota de todo el daño que le estamos haciendo.
Para los pueblos indígenas todos formamos parte de la naturaleza y son conscientes de que no es algo con lo que ganar dinero. No entienden por qué la gente quema las selvas y excava la tierra y a eso le llaman progreso. ¿Por qué el progreso es bueno si causa destrucción? Saben que cuando se le hace daño a la naturaleza nos lo estamos haciendo a nosotros, porque todo está vivo y conectado. Sin la selva no hay futuro para nadie. ¿Cómo vamos a aprender cuando el planeta sea silenciado? ¿Adonde iremos cuando hayamos destruido nuestro mundo?
Preguntas que nos lanza Davi Kopenawa, el avispón defensor de la selva en la nueva campaña de Survival (www.survival.es). Todos y todas podemos hacer mucho solo con el envío de una carta al gobierno de Brasil, o una donación económica a esta organización para seguir luchando y defendiendo los derechos de los guardianes de la Tierra.
http://viajandoentrelatormenta.blogspot.com/
HOLA PAKO !!! ME GUSTA MUCHO TU BLOG. TE ABRAZO. Nidia
Un fuerte abrazo Nidia. Es un placer saberlo.