Al joven guerrero canarii, Tafukt, lo rodearon en la
misma playa de Azuage, había derribado con su garrote a varios de los hombres
barbudos vestidos de hierro, en la orilla veía mientras luchaba los cuerpos de
sus hermanos muertos, el mar rojo de sangre parecía inundado del color intenso
de aquellos atardeceres, los de las montañas gigantescas más allá del
horizonte.
misma playa de Azuage, había derribado con su garrote a varios de los hombres
barbudos vestidos de hierro, en la orilla veía mientras luchaba los cuerpos de
sus hermanos muertos, el mar rojo de sangre parecía inundado del color intenso
de aquellos atardeceres, los de las montañas gigantescas más allá del
horizonte.
Cuando resistía la espada gigante que trataba de
atravesarle su espíritu recibió un golpe brutal por la espalda, un impacto que
le atravesó como una daga ardiendo tan cerca de su corazón, desde el suelo
siguió golpeando toda sombra que se le acercaba, infernales figuras negras en
forma de maldiciones, presagios ancestrales, los que hablaban aquella lengua
extraña y portaban sanguinarias cruces en sus pechos metálicos.
atravesarle su espíritu recibió un golpe brutal por la espalda, un impacto que
le atravesó como una daga ardiendo tan cerca de su corazón, desde el suelo
siguió golpeando toda sombra que se le acercaba, infernales figuras negras en
forma de maldiciones, presagios ancestrales, los que hablaban aquella lengua
extraña y portaban sanguinarias cruces en sus pechos metálicos.
Los precisos cortes desnudaban su piel
mientras notaba que se le iba la vida como un lento suspiro, una exhalación de
odio entre la arena y la sal impregnando cada centímetro de aquel cuerpo
masacrado.
mientras notaba que se le iba la vida como un lento suspiro, una exhalación de
odio entre la arena y la sal impregnando cada centímetro de aquel cuerpo
masacrado.
Tuvo tiempo de recordar el aguacero en las cuevas de
Tajaste, donde aquella noche inmortal de invierno, oliendo al gofio del tiempo,
encontró la calidez pasional de aquel frágil cuerpo con sabor a salitre y fragancia de las flores
salvajes del acantilado.
Tajaste, donde aquella noche inmortal de invierno, oliendo al gofio del tiempo,
encontró la calidez pasional de aquel frágil cuerpo con sabor a salitre y fragancia de las flores
salvajes del acantilado.
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Cráneo con heridas que muestra la evidencia de la guerra entre aborígenes
y castellanos en el siglo XV CEDIDA A CANARIAS AHORA
Seguimos habitados en esta tierra por la sangre de nuestros ancestros, casi nadie lo sabe, pero navegan en nosotros, nos inundan de dignidad sin que casi nadie se de cuenta. Viki.