«(…) Desde que mataron a Braulio nos fuimos a vivir a la casa de Victoria y Juanito en La Montañeta, ya no podíamos seguir en la vivienda antigua de la Carretera General con las paredes llenas de sangre y el recuerdo de su asesinato, todo era triste, ni a los hermanos nos daba por jugar, no nos dejaban ir al colegio por si los falangistas nos pegaban por ser hijos de rojo, nos pasábamos el día en un rincón oscuro en el otro extremo de la habitación donde los falangistas del pueblo mataron a mi hermano, allí dormíamos Paco, Lorenzo y yo, los tres juntitos en el colchón de paja, tú tía Rosa nos entretenía leyéndonos cuentos de los pocos libros que no se habían llevado en los registros, le quitaron hasta los libros de religión por si tenían algún mensaje comunista, no había consuelo, tu abuela se pasaba el día llorando, por eso se quedó casi ciega, yo creo que se le vaciaron los ojos de tanto llanto. En la casa nueva nos dejaron una habitación enorme con una cama muy alta, allí había muchos helechos preciosos colgando del techo, una cueva y terrenos por la parte de arriba con frutales donde podíamos jugar a «Simbad el Marino» y al «Viaje al centro de la tierra», fueron unos meses buenos dentro de todo lo malo al menos pa los chiquillos, pero en pocos meses todos sabíamos que vendría el coche negro de los Penichet a llevarnos a la Casa del Niño hasta que fuéramos grandes, solo dejarían a Lorenzo porque apenas tenía dos años. Luego en marzo del 37 llegó el día del fusilamiento de tu abuelo, todos sabíamos en la familia que iba a pasar, que era inevitable, la noticia llegó tres días después, no nos avisaron ni pa poder velarlo o buscarle una sepultura donde poder llevarle flores, lo tiraron directamente en la fosa común del cementerio de Vegueta junto con Juanito Machado, su amigo el alcalde, hasta juntos los enterraron ellos que habían estado siempre unidos desde la infancia. En ese momento ya todo fue negro, hay muchas cosas que no me acuerdo, pero entre el asesinato del niño Braulio y el fusilamiento de tu abuelo la familia se destrozó del todo, nos rompieron la vida, nos quedamos sin esperanza, no entiendo como he podido vivir desde entonces…»
Fragmento de la entrevista a mi padre Diego González García. Testimonio recabado en diciembre de 2001 en Tamaraceite (Gran Canaria) por Francisco González Tejera.
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