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Zozo era fiel a su humano y, desde su muerte hace cinco años, va a visitar su tumba cada día en Turquía.
Ataviados de pelo y hueso, pero con una ternura que bate todos los mares del mundo, que naufraga en la piel desnuda de los seres que aman.
¿Se ha visto alguna vez mayor fidelidad que la de un perro? Tal vez evoquemos la infancia si tuvimos a nuestro lado un can feliz que nos recogía a la salida de la escuela, que ya viejo nos acompañaba en su andar lento en los primeros paseos del romance, primer amor peludo, de fácil lamer como forma de mostrar su amor sin pedir casi nada a cambio, tal vez una pequeña caricia cerca de su hocico, una sonrisa, un juego precoz al pie de la arboleda, una carrera salvaje entre las flores del ocaso.
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