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Lola y su hermano Juan Tejera
«NIÑA morena y ágil, el sol que hace las frutas,
el que cuaja los trigos, el que tuerce las algas,
hizo tu cuerpo alegre, tus luminosos ojos
y tu boca que tiene la sonrisa del agua...»
Pablo Neruda
Lola, te encontraste a los pocos años de nacer con la mayor de las tiranías, niña descalza, amante de pájaros y perros vagabundos, el campo de concentración, la cárcel para tu padre Juan Tejera, como tuviste que hacer de madre de tus cuatro hermanos cuando todavía no tenías doce años, cuidar de los desnudos, de los que tenían la barriga inflada por el hambre, aguantar los insultos, las burlas de los falangistas de Tamaraceite, tan solo por tus harapos, por ser la hija de un comunista que defendía la democracia republicana. Niña morena y ágil que recorría entre saltos y canciones antiguas las cuevas del viejo poblado troglodita donde naciste aquella noche de diciembre, cuando la lluvia hacía estragos en el Valle de San Lorenzo, también la esperanza de un mundo nuevo, el final de la miseria, de la esclavitud, de la explotación de los terratenientes dueños de la isla. Juan, tu hermano te reclamaba cuando no había comida, también Manolo, José, Javier que llegó más tarde y la despensa estaba vacía, solo un poco de leche de la vieja cabra María que miraba como una persona, que solo le faltaba hablar, que era capaz de sonreír o de llorar en aquellos años de miseria, el gofio clandestino amasado con agua que eras capaz de repartir en igualdad entre cada hermano, para tu quedarte con la menor parte, había que sacar palante a los chiquillos. Ya era suficiente con la muerte por inanición de tu primo Ricardo, no se podía permitir ninguna muerte más, morir por no haber comida es lo más duro, es como si el cuerpo se amoldara al dolor, como si las tripas se convirtieran en brisa de invierno plañidera. No se hizo justicia con la fosa común del cementerio de Las Palmas, lo supiste bien meses antes de partir, como se rieron de nosotros los del Ayuntamiento de Las Palmas, los del Cabildo con su «hombre bueno» de presidente, a pesar de todo tu siempre les buscabas la parte buena, que sonrisa más sincera tenía Antonio decías, que ojos más limpios tenía Augusto exclamabas. Fuiste incapaz de odiar a pesar de todo, a pesar de tantos abusos de poder, de que pisotearan tantas veces nuestra memoria, nuestra dignidad, que tu sabías tan bien confrontar con una sonrisa, con una broma, con un recuerdo de los años de los pies descalzos, los tuyos eran morenos, como tu rostro de niña al amparo del amanecer.
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