Iban todos borrachos y eran jefes falangistas, se dedicaron a violar a mujeres republicanas cuando ya habían matado a miles de hombres en cada rincón de la isla, fue terrible lo que nos hicieron, su nivel de sadismo solo tiene comparación con los mayores asesinos conocidos de la historia.
Chona Del Pino Cabrera
«(…) Nos obligaban a tragar el aceite de ricino después de raparnos la cabeza tapándonos la nariz con sus dedos, cuando nos bajaba por la garganta era como si nos bebiéramos el líquido que hay dentro de los aguavivas (medusas) que llegaban aquellos años en otoño a la Playa de Las Canteras, una mezcla de fuego y un sabor horrible imposible de describir. Esos días nunca los podré olvidar desde que a mi hermana Julita y a mi nos señaló don Manuel el cura de la Catedral de Santa Ana, el viejo conocía a mi madre que era maestra como nosotras y venía a nuestra casa de Tafira desde que eramos niñas a las celebraciones, por eso nunca pensamos que nos hiciera eso, que nos acusara de ser anarquistas, de formar a los niños en ideas revolucionarias y alejadas de la santa palabra de Dios. Aquella noche de septiembre del 37 cuando tocaron en la puerta casi la tiran abajo, mi padre salió y le dijeron nuestros nombres y apellidos, que saliéramos de forma inmediata que estábamos detenidas. Mi madre trató de convencerlos de que nos dejaran hasta el día siguiente, que nosotras nos presentaríamos solas en el cuartel de la Guardia Civil de Santa Brígida a primera hora del día siguiente, pero no hubo forma, nos querían aquella misma noche para abusar de nosotras. Mi hermana aguantó menos que yo, ella a sus dieciocho años no había tenido relaciones con ningún hombre, por eso la pobre no soportó que la desnudaran y la violaran aquellos fascistas borrachos, que le hicieran tanto daño junto a las otras dos chicas que también habían secuestrado aquella noche. Yo también lo pasé muy mal pero me ayudó ser más mayor, haber estado con hombres, lo que no aguanté fue que nos metieran alcohol por la boca con embudos hasta dejarnos casi muertas destrozándonos la garganta. Por todo ese dolor, por toda esa vergüenza, nos marchamos de Canarias a los pocos meses, aprovechamos el contacto con don Julio Pozas, un empresario madrileño amigo de mi padre que trabajaba en importación y exportación, para que nos consiguiera un billete para viajar en barco a Venezuela. La pobre Julia no ejerció jamás la educación, toda la vida la mantuve con mis clases y colaboraciones en varios periódicos y grupos de poesía, ella quedó traumatizada para siempre, ni siquiera la ayuda terapéutica de varios psiquiatras republicanos exiliados sirvió para nada, le dañaron lo más hondo de su mente, de su alma, tal vez donde reside el amor y la conciencia…»
Testimonio de María Teresa Sánchez Frutos, profesora y escritora canaria exiliada en Venezuela.
Entrevista realizada en la Parroquia de Sucre (Caracas) en 1998.
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